Hagámoslo bien
Adolfo Lara - 02/06/2014
Por Marcos Betanzos - 11/06/2014
“En el conocimiento la imaginación sirve a la comprensión, mientras en el arte la comprensión sirve a la imaginación”.
Immanuel Kant
Mucho se ha dicho sobre la educación visual que consolida la formación del arquitecto. Como se sabe, libros y revistas dan tradicionalmente privilegio a la exhibición de material fotográfico antes que a la reflexión en torno a una obra arquitectónica, a su representación espacial o el detalle técnico de la misma. De este modo, la arquitectura se aprende y se ha enseñado icónicamente, se mama en perspectiva, se nos presenta sin personas, inalterable. Los edificios quedan grabados en la memoria colectiva, mucho antes de su ocupación funcional, sólo por su imagen, una imagen a la cual la vida no acaba por adherirse. Nada sucede más allá del edificio que parece nunca será habitado, difícilmente se documenta el contexto, algunas veces –si lo anterior sucede- sólo se reiteran las visuales que el diseño procuró.
Por fortuna, poco a poco ha ido cambiando esa visión pero la larga herencia que nos ha dejado tal forma de divulgar la producción arquitectónica ha llegado a la médula de la concepción del diseño arquitectónico, tanto que se ha vuelto difícil o quizá imposible erradicar esa fijación contemplativa del objeto como una pieza escultórica que nada tiene que ver con la ciudad donde se erige. El rentable mercado y la proliferación de los libros o revistas de sobremesa en torno a formas y estilos acusan que la arquitectura en medios impresos ha dejado de ser un instrumento aleccionador para convertirse en un sistema de entretenimiento más.
Los medios especializados (libros y revistas), en su mayoría, han dejado de lado la oportunidad de generar revisiones minuciosas sobre tópicos que influyen en nuestro gremio y la forma en cómo respondemos a las realidades que nos acontecen: desde la práctica que implica el espacio construido pero también en el campo de las ideas o las propuestas para mejorar nuestro contexto. Dejamos el papel de actores para convertirnos en simples espectadores de una profesión que ha perdido influencia y relevancia en el devenir social de nuestro tiempo. Se escribe haciendo revisión histórica, abordando temas pretéritos y pocas veces se procura una coyuntura que expanda el diálogo a territorios donde la forma, el autor, la creatividad o la novedad no sean temas de primer orden.
Pocas veces se alcanza el objetivo de consolidar una agenda en la cual la profesión fije una ruta por la cual sea posible esbozar una alternativa, un paso anticipado al suceso culminado o una revisión a los procesos que siempre nos afectan y que pocas veces cambian. Ni hablar de posturas ideológicas; la arquitectura –tanto como sus autores y los medios- se ha vuelto moneda de cambio en la marea de un mar revuelto caracterizado por la complacencia y la amenaza del impacto comercial, si genera controversia los anunciantes huyen. Vende sólo la revista-catálogo, la que entretiene y no la que expresa una opinión. Así, sistemáticamente se ha menospreciado el hecho irrefutable de que los medios educan y entonces, quienes acuden a ellos difícilmente pueden argumentar la ardua tarea del copy paste, discernir de una calidad arquitectónica verdadera o una promocional; no descubren posibilidades reales de conocimiento, porque no las hay.
En el peor y en el mejor de los casos los documentos impresos trascienden y se vuelven puntos de referencia obligados para estudiantes y profesionales pero se ha perdido la visión pedagógica de estos instrumentos. Hoy en día la evolución de los medios exige que éstos tomen una postura más comprometida en torno a temas de opinión pues su nicho de cobertura y garantía comercial ya ha sido superada con facilidad por las plataformas digitales, las cuales informan más rápido y mejor las novedades recientes hechas por tal o cual arquitecto, premios, galardones recibidos, noticias o convocatorias relevantes, y lo hacen, sin duda alguna a un menor costo.
Es momento de romper la inercia que dicta que una revista de arquitectura se dedica sólo a difundir los trabajos que juzga valiosos y entonces cambiar la mirada para volverse plataformas educadoras, centros u origen de debate para las nuevas generaciones. ¿Acaso se sigue pensando que un estudiante de arquitectura no tiene el más mínimo interés en debatir o la capacidad para hacerlo? ¿Es posible educar a las personas y no sólo enseñarles a contemplar la belleza sino a hacerles ver todo o al menos parte de lo que hay detrás de la estética que implica la producción arquitectónica?
Contrario a lo que se piensa, esto puede ser un diferenciador que privilegie el tema comercial pero no es nada sencillo y pocos medios están dispuestos a correr el riesgo del quebranto económico. Sin embargo, es momento de abordar estos puntos y hay ya varios aspectos en la agenda que se discuten pues de otra forma los medios especializados en su plataforma impresa seguirán sentenciados a ver su desplazamiento paulatino por aquellos digitales, o en el mejor de los casos se verán reducidos finalmente a objetos ornamentales. Muchos ya lo son.
Fotografía: Jim Kazanjian
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