Intersecciones y puntos ciegos
Isa Velarde - 22/06/2017
Por Omar Olivares Sandoval - 26/12/2018
Leandro Estevam (n. 1985) vive en Salvador de Bahía, es un soteropolitano (el gentilicio es el resultado de un extraño camino en el que el nombre completo de la ciudad: San Salvador de la Bahía de Todos los Santos combina los términos griegos de soter: salvador y polis: ciudad). La propia historia de la ciudad pareciera el recuento de esas peculiares transfiguraciones y de violentas transformaciones.
La ciudad fue la primera capital del imperio portugués. Se volvió rica gracias al cultivo de la caña de azúcar y al comercio de esclavos (en el siglo diecinueve se añadieron la producción del cacao y la obtención del aceite de ballena). La designación del núcleo histórico de la ciudad como el pelourinho (que en estricto sentido se refiere a una piedra donde se amarraba y azotaba a los esclavos) trae consigo la cruenta memoria del pasado colonial. El centro de Salvador es, hoy en día, considerado patrimonio de la humanidad.
Estevam se convierte –naturalmente- en un observador de aquella trama urbana; lo hace desde un modo de ver que reinventa la exploración botánica, el paisajismo y la jardinería. Hasta ahora, su obra se conduce como una posible rearticulación de la historia natural. Hace parte de un trabajo contemporáneo en la periferia dedicado a la recolección de indicios y fragmentos: las roturas del largo proceso de modernización.
El joven artista actualiza la estética de la lámina botánica para usarla como un dispositivo de investigación en la ciudad y de sensibilidad sobre procesos urbanos que se suelen ignorar. Esta recuperación, desde luego, reactiva cierta pretensión científica y –más allá– naturalista, sin embargo, desmiente la idea de la imagen botánica como un artefacto puramente objetivo; lo emplea como una interfaz de encuentros visuales y exploratorios.
El artista se interesa por las plantas de la calle, indaga los espacios de Salvador que poseen un imaginario y una historia pero explora su dimensión viva. Aunque la conceptualización occidental opuso ciudad y naturaleza, este tipo de ejercicio parte del hecho de que, al igual que en toda la corteza terrestre, el espacio urbano tiene también un ecosistema. Ese proceso orgánico imbricado es el que busca captar Estevam. Observador de la vida en la ciudad, dibuja sus plantas y sus accidentes, examina el modo en que las superficies urbanas se vuelven el frágil hábitat de distintos organismos. Es el testigo de la vida épica de las plantas en la ciudad.
En su diario, Diário do Pó (2015-2016) colecciona astillas de la existencia orgánica de la urbe. Este es, sin duda, el diario de un naturalista contemporáneo, que aguza la mirada hacia los movimientos vivos del entorno urbano. Yuxtapuestos en las páginas inmaculadas de su cuaderno, conchas, insectos, hojas y flores se conjuntan como parte de una atención hacia lo singular y son contrapunto poético de la mole de la ciudad moderna. Sin aclarar el criterio de su colección, lo que sugiere Estevam no es tanto una clásica taxonomía como el intento de encontrar las perlas en la constelación del acontecer citadino.
La estética botánica de Estevam no se compromete con los distintos formatos visuales de representación de lo vegetal, desde el dibujo floral de los atlas botánicos de la modernidad temprana hasta los estampados orientalistas, vueltos motivos comerciales repetidos ad nauseam en el mercado de la moda en serie. Con su ambigüedad desliza la expectativa de recrear una estética de la exuberancia tropical. Como subterfugios de láminas científicas sus representaciones botánicas incluyen fragmentos del material urbano. Añade las coordenadas del lugar en donde están o lo inserta como un código digital. Potencia la estética botánica como lugar de referencia del espacio urbano vivo, al que confronta con una serie de percepciones culturales.
Vizinhar (Vecinas, 2014) es una serie de seis dibujos botánicos hechos en el marco de la tercera bienal de arte de Bahía. Son representaciones de distintas especies de plantas halladas en los jardines del museo de arte moderno de la ciudad. Pese a que el dibujo de cada ejemplar es impecable y permite reconocer la taxonomía de la planta, en un segundo momento, la apariencia de la lámina científica se afloja en los detalles: la posturas en movimiento, la soltura y ligereza de las hojas, todo ello interpela a los imaginarios tropicales.
Cada planta está colocada en una suerte de maceta que recuerda los materiales básicos de construcción y cita, como por una metonimia visual, la unidad básica de vivienda moderna. Estas plantas que viven en vecindad son fábulas vegetales de la escasez del espacio vital en la megalópolis, no obstante, no son solo metáforas sino observaciones naturales de un microespacio urbano: no dejan de ser las plantas reales del jardín del Museo de Arte Moderno de Bahía.
El museo de Bahía se destaca, por cierto, entre la tipología de los recintos del arte moderno. Lina Bo Bardi, la arquitecta que también diseñó el edificio del Museo de Arte de São Paulo, con una clara expresión lecorbusieriana, conservó en cambio, en Bahía, el conjunto arquitectónico del siglo XVII, conocido como Solar do Unhão, un molino azucarero que vivió su gloria en el periodo colonial gracias al trabajo de los esclavos.
No hay más clara expresión del montaje moderno sobre el espacio colonial que este lugar. Es indicativo que, con la comisión de la bienal de arte, Estevam no cuestione el relato del interior del museo (la narrativa moderna) y que, en su lugar, se vaya hacia las plataformas, al exterior. Indaga lo significativo del detalle y explora el jardín como hábitat orgánico: caemos en la cuenta, a través de esta microbservación, del complejo ecosistema, tanto físico como cultural, que habitan estos seres vegetales. El hecho de que su vecindad y su forma de vida actual son el resultado de siglos de reacomodos.
Por más que el imaginario de Estevam parezca simple, nos demanda una actitud frente a la historia: pensarla como un ecosistema viviente y no como un lugar desaparecido en el pasado. Por otro lado, esta misma óptica permite un doble enfoque, pues también conlleva a pensar al ser vivo como un estratega en el campo de la historia. En este caso, las plantas, cuya vida pareciera la más simple, se las ve desarrollar su existencia urbana de forma intersticial en un ecosistema de imbricaciones. Su vecindad representa eso: una comunidad llegada a ser.
De forma por demás paradójica, uno de los más ambiciosos proyectos de Lina Bo Bardi en Salvador de Bahía –la transformación del centro histórico– yace en ruinas. Hacia mediados de los años ochenta la italobrasileña fue comisionada para realizar el complejo de habitación social en la Ladeira da Misericórdia y el restaurante Coaty, en el pelourinho o centro de la ciudad. El conjunto expresa el deseo arquitectónico de Bo Bardi de fusionar lo vernáculo y lo moderno dentro de un concepto orgánico. Son vestigios recientes de la mentalidad dominante con que se llevó a cabo la modernización urbana de Brasil.
Estevam hereda y, al tiempo, transforma radicalmente ese concepto orgánico. En la intervención de Andamento (2016) otra vez se introduce por afuera, por las laderas. En este caso de forma literal. Observa y dibuja las plantas que habitan en la pendiente del lugar –los ocupantes actuales de esta arquitectura–. Nos somete a la apreciación más rotunda de lo orgánico de un edificio: su susceptibilidad a los elementos, su existencia en un ecosistema no exento de la acción de los ciclos naturales, históricos y políticos. Es una integración efectiva del edificio al medio aunque con términos distintos a los que pretendió Bo Bardi. Así, para Estevam, la planta es también un indicio.
Como un observador de la historia natural urbana, el proyecto artístico de Estevam no se regodea ni se sume de forma melancólica en la ruina moderna. Más que alentar una estética de la intemperie, construye dispositivos para entender las relaciones con el medio. Esto se trasluce en una placa que cuelga en una puerta del conjunto de Bo Bardi por la que, cada atardecer, pasa la luz que proyecta la frase: O objeto do espaço é o tempo (El objeto del espacio es el tiempo). Oración que se escribe cíclicamente con luz solar y que se convierte tanto en ruta de investigación de un género de historia natural de la ciudad como en un lema del trabajo del artista: un traductor posicionado en la intersección de cultura y naturaleza.
En la serie de esculturas Mirim (Diminuto, 2014) alude a la forma de la célebre fachada de Bo Bardi en el Coaty, la vuelve una maceta minimalista –fracturada y sin pretensión de hacer un objeto de culto– que es el hábitat de ladrillo para plantas de ornato, usualmente identificadas como parte de la exuberancia tropical brasileña. Esto da pie a un cuestionamiento sobre la relación de la arquitectura moderna y el uso de la naturaleza. La obra cruza dos imaginarios estereotípicos: el modernismo arquitectónico brasileño y el exotismo selvático (dos percepciones que históricamente se han nutrido una a la otra) y los recicla en una estética de la autoconstrucción urbana y el motivo en serie.
Podemos preguntarnos si el resultado no tiene tanto el efecto de bajar estos cánones de sus pedestales (al trivializarlos en el material urbano) como de estructurar un modo de observación sobre el proceso de hibridación con el que continuamente se fabrica el entorno urbano. Hay que recordar que, en la época moderna, la jardinería –que reemplazó al huerto de consumo– fue inventada para ver –y reproducir– la flora americana en Europa. El jardín es históricamente un artefacto visual. Como jardinero, Estevam produce modos de observación de las migraciones de naturaleza y arquitectura que componen el espacio de Salvador de Bahía y detalla sus articulaciones históricas.
De este modo, Bahía en el trabajo de Estevam es el objeto de una historia natural del colonialismo y el capitalismo, la arquitectura moderna y el ecosistema urbano, en sus difíciles traslapes. Ciudad atlántica del comercio de esclavos que se desliza en las dramáticas condiciones humanas y en las desigualdades de la ciudad turística (objeto de una infraestructura urbana empecinada en ofrecer imaginarios globales de la naturaleza listos para el consumo). Una ciudad, que en el siglo pasado se convirtió en sede de las industrias petroquímicas y vio surgir grandes consorcios capitalistas (como Odebrecht y Monsanto) y que, a pesar de tener una gran concentración de riqueza, es uno de los espacios más desiguales de la periferia global. Es cierto que el mismo diagnóstico se extiende a la historia urbana de las Américas, sin embargo, el efecto de la observación natural en el espacio de la urbe (actualizada en el medio de las culturas artísticas contemporáneas) opera en contravía de una estetización de aquella violencia y captura una serie de relaciones que, de otro modo, serían únicamente el subsuelo del arqueólogo.
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