La primera vez generalmente es difícil, atestada de inseguridades, complejos y miedos, en muchas ocasiones, inclusive, llegas a dudar si estás haciendo lo correcto y en muchas otras, por más que sobren las ganas y los deseos de hacerlo, debes entender que no estás preparado.
La primera vez que te avientas al ruedo profesional para debutar haciendo un proyecto propio es sumamente complicada, ya que fantasmas de todo tipo intentan despojarte de tu “ya de por si” nula seguridad. Y es que aunque se trate del “diseño interior” de un baño o una cocina, o de diseñar la banca del jardín, intentas demostrar que eres un arquitecto en toda la extensión de la palabra y que tienes certeza absoluta de lo que estás proponiendo, aunque tu bien sabes que mucho de lo que está frente a ti es novedad. Y como no serlo, si los procesos constructivos, la variedad de materiales a nuestro alcance, los costos y estimaciones de obra, y hasta como cobrar un proyecto, se convierten en temas de nulo interés para las revistas que consultamos diariamente, y peor aún, pasan desapercibidas de igual manera en muchas de las aulas de las escuelas de Arquitectura del país.
Generalmente en nuestros primeros pasos de este peculiar viaje llamado Arquitectura nos hacemos acompañar de maestros con la intención de que se conviertan, de alguna manera, en nuestros guías y padres putativos de la profesión, aprendiendo de sus errores y aciertos, pero muchas veces la realidad nos hace poner los pies sobre la tierra y nos enseña que por ley natural terminamos atrás de un escritorio convertidos en un simple dibujante, que poco aprenderá de la vida real de la obra y con suerte verá el inicio de un proyecto, pero rara vez su culminación.
Dependiendo las metas profesionales de cada quién, pasarán algunos años en tan peculiar aprendizaje hasta que alguien, en su mayoría familiares, te vea con la suficiente capacidad y ánimos para encargarte un “dibujito”, el cual tendrá costo cero en el groso de los casos, para así dar inicio a tus primeros pasos. La escala del proyecto realmente no es importante, lo verdaderamente emocionante es que por fin, después de algunos años, podrás desempolvar tu título profesional y hacer uso de él, pero claro está que el enfrentarte por primera vez a una hoja en blanco sobre la cual intentarás plasmar tus ideas es un ejercicio bastante complejo, ya que sin referencias claras ni el cobijo de alguien las ideas se nublan y el lápiz no camina tan fluidamente como se quisiera.
Evidentemente las condiciones otorgadas para trabajar están lejos de ser favorables, presupuestos raquíticos, pocos (o poquísimos) días para el desarrollo total de tu proyecto, clientes con iniciativa o peor aún, aquellas que llegan con fotografías o recortes de revistas con la intención de que hagas unas réplica exacta de una casa que le encantó para que la conviertas en su hogar, y por supuesto, la eterna desconfianza en el novato, sin importar la edad. Si tu debut profesional arranca con ellos, los ojos estarán puestos en cada uno de los pasos que das, aunque no tendría por qué ser de otra manera, el médico en su primera intervención quirúrgica o el chef al preparar su primer banquete, seguramente tendrán, las mismas exigencias y atenciones que el incipiente arquitecto.
Lo que sí considero importante es no meter en el saco de consideraciones iniciales de un proyecto todos esos clichés, tan recurrentes de nuestra especie. No importa si usas lentes de pasta o vistes de color negro, lo valioso de tu propuesta deberá ser aprovechar al máximo tus posibilidades, cada una de las puertas abiertas que se te presenten por delante, intentando satisfacer las necesidades iniciales del cliente, otorgando el máximo de tu esfuerzo y conocimientos con el afán de convertir cada proyecto en un particular reto, el cual, deberás ir sorteando con un lenguaje propio y la experiencia que te irán dando los años.