“Here’s to the ones who dream
foolish as they may seem.
Here’s to the hearts that ache.
Here’s to the mess we make.”
Audition (The Fools Who Dream)
Pocas veces una película ha generado tanta expectativa al llevarse el People’s Choise Award desde su entreno en el Toronto International Fil Festival, con lo cual desembocó un torrente de comentarios más allá de lo positivo. Posteriormente algunos tuvieron la suerte de verla en el Festival de Cine de Morelia y las alabanzas continuaron. A finales del año pasado la distribuidora postergó su estreno hasta febrero de 2017 y fuimos salvados por una premier y un modesto estreno el pasado 20 de enero.
La La Land, dirigida por Damien Chazelle (Whiplash, 2014), más allá de ser una comedia romántica, es una oda a la realidad. Cargada de poderosos colores y homenajes al cine clásico, particularmente al género musical, nos adentra en el romance entre Mia (Emma Stone) y Sebastián (Ryan Gosling), ambos en momentos tensos en pos de alcanzar sus sueños, ella como actriz y él como músico. Sin saberlo, los personajes están a pocos pasos de emprender una cuesta rumbo al éxito, para lo cual cada uno aprovechará la motivación de esta nueva relación.
Chazelle utiliza nuevamente la música como ente orquestador de la historia, homenajeando en esta ocasión a los musicales clásicos. Con un aire teatral, nos cuenta una historia donde se experimenta la vivacidad y alegría, el fracaso, la comedia e incluso la ensoñación y el romance, hasta llevarnos a un desenlace en el que la música actúa como un fuerte golpe en el estómago cargado de melancolía y tristeza.
Entre las cosas que más me gustaron, además de la fabulosa paleta de color, está el diseño de producción. Cuidado en cada detalle, refleja las personalidades de los personajes, una vibrante joven actriz y un sobrio músico, ambos con los recuerdos aún empacados en cajas. La historia se desarrolla en la ciudad de Los Ángeles y desde el primer número se presenta una oda a uno de los elementos que hicieron de Hollywood la meca del cine: la luz.
En la arquitectura la iluminación es sumamente importante y en la cinta todo el tiempo vemos un manejo excepcional de ella. Podemos ver el interior de un estudio y maravillarnos con la monumentalidad, los cambios de escala y algunos glamurosos sets. Durante toda la historia presenciamos importantes hitos narrativos: un viejo cine, una desviación en la autopista, un clásico embotellamiento, el planetario, las lujosas mansiones modernistas donde se celebran descomunales fiestas (una de mis secuencias favoritas), el melancólico departamento de Sebastián y un diminuto café dentro de los estudios en donde se presenta una valiosa pista sobre la personalidad de Mía.
Cada espacio es memorable aunque no haga una reflexión sobre la manera en que se vive la ciudad. Definitivamente es una película donde la ciudad cobra importancia, negada a ser relegada se impone. Aquí el protagonista es el espacio interior, los ambientes y su relación con el desarrollo de la historia hasta llegar al lugar donde se desenlaza la búsqueda personal y cautiva hasta el tuétano, y cierra con un epílogo escenográfico fantástico. La La Land es una historia de amor, pero también un torrente de emociones y sensaciones, le hará evocar, añorar y liberar.