José de la O
- 20/01/2012
Por portavoz - 26/06/2013
Solo hay dos cosas importantes en la vida: la primera es el sexo, la segunda, no me acuerdo.
Woody Allen
Los espacios funcionan como un espejo que refleja a las relaciones sociales que operan en ellos, dichas relaciones están compuestas por un sinnúmero de circunstancias que ponen en evidencia el tipo de economía de quienes ocupan un espacio en particular, revelan sus costumbres cotidianas, sus creencias, ideologías y valores. A través de los espacios se puede apreciar con nitidez a una persona o sociedad, más allá de la manera en que se presenta o representa. Los espacios desnudan.
En México es posible observar una gran cantidad de espacios que ponen ante nuestros ojos, asuntos como nuestras prácticas sexuales.
Por ejemplo, no es necesario hacer una investigación urbana, jurídica y legal a profundidad, como para distinguir todos los edificios que albergan actividades relacionadas a la prostitución: table dance, prostíbulos y masajes sexuales. He de decir que mi juicio no tiene ningún tinte de moralidad, la prostitución, como dicen por ahí, es la profesión más antigua; desde mi punto de vista cada quien tiene el derecho de usar su cuerpo como mejor le parezca. Sin embargo, en un ámbito como el mexicano, donde hay registros de medio millón de personas que están secuestradas con la finalidad de ser explotadas sexualmente, el asunto cambia[1]. Estos espacios nos ponen de frente aspectos vinculados a la delincuencia organizada. Si uno hace un recorrido por zonas industriales, por las entradas en carretera de cualquier ciudad del país, o bien en los centros de las ciudades, además de hoteles de paso, uno puede contar miles de establecimientos que ofrecen sexo, bailarinas exóticas y meseras semi desnudas y un sin fin de clichés sexuales, que se encuentran tan solo al alcance de la quincena, o de una tarjeta de crédito. Los nombres de estos lugares se presentan principalmente en castellano compuesto, una mezcla entre italo-regiomontano, inglés chilango, romano antiguo y latín: Excalibur, Gabana, Calígula, Exótica, Carisma, Amazonas, Amnesia show girls, La Esfinge, Caballo Negro, Men’s club, etcétera.
Estos lugares ponen en evidencia una serie de relaciones que desde mi punto de vista comprometen a toda la sociedad de México, a una buena cantidad de funcionarios que ante la evidencia de las irregularidades y probablemente actos delincuenciales, brillan por su ausencia.
Entre otros, los funcionarios encargados de los usos de suelo, de la seguridad pública y de la protección a mujeres y niños, a nivel municipal, estatal y federal. Estos sitios muestran además, que existe una amplia clientela que cotidianamente acude a estos lugares en búsqueda de una emancipación y de resolver sus propias frustraciones sexuales a través del uso y el goce del cuerpo ajeno.
Lo que estos espacios ponen en evidencia, son aspectos como la precariedad sexual de los mexicanos, el conservadurismo religioso que emana de muchos hogares, pero sobre todo la complicidad de buena parte de la sociedad mexicana con éstas prácticas, que en ocasiones se fundamentan en la trata de personas; son una muestra de los comportamientos sexuales cotidianos en México, de los valores y entendimiento erótico de los mexicanos.
Pero estos espacios no son los únicos que revelan la sexualidad de los mexicanos, miles de hoteles de paso que funcionan para resolver aspectos relacionados con el sexo y el tabú que aún representa: jóvenes que no pueden coger en casa de sus padres, padres que no quieren ser escuchados por los vecinos, vecinos que se meten con las vecinas, señoras y profesores de tenis, maridos con señores, señores con secretarias, secretarias con señoras y todas las combinaciones posibles que nos hacen ver que en México la sexualidad, en buena medida se resuelve fuera de casa. Los Hoteles de paso, están ahí para demostrarlo.
Pero, ¿cómo no van a ser necesarios estos hoteles?, cuando el esquema tradicional y dominante de una casa habitación destina solo la recámara conyugal, o bien el cuarto de los padres, para coger. La sala comedor y cocina son espacios públicos, el cuarto de la tele está semiabierto y las recámaras de niños y niñas están siempre junto a la entrada de la recámara conyugal, probablemente para poder inhibir cualquier práctica indeseable a la moralidad familiar. ¡Los pobres adolescentes andan buscando coger en el cine, en el coche, cuando los papás no están, o de plano en un hotel de paso!
Por si fuera poco, las recámaras conyugales de los hogares católicos, o sea la mayoría en México, por lo general están custodiadas por la virgen de Guadalupe o Jesucristo, que desde la cabecera de la cama, bendicen los intentos sexuales reproductivos. En todo caso, si atendemos a las dinámicas demográficas de los últimos años, podemos apreciar que cada día hay mas personas que no viven bajo un esquema de familia tradicional[2]: Adultos que viven solos, o solos con niños de manera permanente o intermitente, personas que comparten una vivienda sin tener ninguna relación afectiva; parejas sin hijos, familias extendidas (mas de una familia por vivienda) etcétera. Si bien la divergencia en los estilos de vida ha producido en México transformaciones en las leyes y los derechos de los ciudadanos, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, o bien la protección a mujeres; la arquitectura destinada a la vivienda se sigue concibiendo con un programa arquitectónico tradicional que atiende a las familias nucleares y sus preconcebidas moralidades. Estos programas arquitectónicos en buena medida definen la forma de representación ideológica de la sexualidad dentro de la sociedad, pero no la resuelven.
Pero la habitación conyugal, los hoteles de paso o los prostíbulos, no son los únicos espacios en donde se puede dar lectura a la sexualidad de las ciudades mexicanas, existen también espacios voyeristas como los gimnasios, en donde la gente va a ver y ser vista, en donde se establece una relación de posibilidades sexuales a través de la mirada, y conforma una imaginación erótica bajo la protección de lo público y bajo el velo del ejercicio saludable. Los infinitos reflejos que permiten los espejos característicos de un gimnasio, permiten observar cuerpos en todos los ángulos y posiciones, y también permiten ser observado[3]. Esta condición de ver y ser visto, en forma menos sistemática que en un gimnasio, se reproduce en algunas cafeterías, restaurantes, bares y otros centros de convivencia social que sin duda tienen un trasfondo sexual.
El conjunto de estos espacios, muestran a una sociedad con prácticas sexuales muy precarias y limitadas, según la asociación de agencias de investigación de mercado y opinión pública (AMAI), en un estudio de sexualidad e inteligencia erótica de los mexicanos, dice que solo el 34% están satisfechos sexualmente, que el 76% no tiene vida erótica antes del coito y que sólo el 69% de los hombres y el 59% de las mujeres llegan al climax[4]. Los espacios al parecer, coinciden con la encuesta y ponen en evidencia la pobreza sexual de una sociedad, que mediante la represión ideológica produce espacios alternativos que dan una salida frágil a la sexualidad, la cual implica el riesgo de vulnerar los derechos de muchas personas; pero sobre todo son espacios que anuncian la necesidad de una educación sexual que incluya al erotismo mas que a la reproducción.
Texto: Arturo Ortiz Struck / @arturortiz
[1] Wendy Selene Perez, “Los espacios y la prostitución”, revista ENSAMBLE no.2 Arquitectura y Sexo, México DF 2013 (P. 18-27)
[2] Gustavo Gomez, “La habitación conyugal y la transición demográfica en América Latina”, revista ENSAMBLE no.2 Arquitectura y Sexo, México DF 2013 (P. 44-49)
[3] [3] Arcelia MacGregor, “Arquitectura sexualizada”, revista ENSAMBLE no.2 Arquitectura y Sexo, México DF 2013 (P. 40-43)
[4] Alejandra Cullen, “Sexo y Sociedad”, revista ENSAMBLE no.2 Arquitectura y Sexo, México DF 2013 (P. 124-126)