Espacio público o las distorsiones del deseo urbano

Por - 29/05/2013

En las ciudades más consolidadas, las negociaciones que se dan en los espacios públicos tienen un alto grado de sofisticación. En ellas se vive con “normalidad” en medio de las diferencias y los intereses. Pienso en ciudades como Nueva York, en donde la ciudad ofrece una diversidad tan atractiva que permite el desenvolvimiento de los individuos sin importar lo que cualquier otro piense o crea; desde la objetividad de las necesidades y condiciones individuales, se pueden exigir y ejercer los derechos sin importar creencias, ideologías, razas o preferencias sexuales. Sin embargo, esta  “normalidad” también funciona como una anestesia: los estilos de vida contemporáneos apuestan por la individualización de los sujetos, y toman el lugar cultural de la producción de sentido, provocando en las  personas una confusión entre subjetividad y cosificación. El espectáculo de la vida cotidiana obliga a las personas a asumir posturas y costumbres que implican un estilo de vida ligado al consumo. El nuevo urbanismo o lo que llamo el capuchino lifestyle” son un ejemplo de esta confusión. Un espacio como la colonia Condesa en la ciudad de México, con camellones, bicicletas y cafés en cada esquina, son una cara amable y deseable para las sociedades. Sin dejar de reconocer las ventajas que este sitio ofrece para los habitantes, las cuales se ven reflejadas en la calidad de vida que implica el uso del espacio público, incluso como si se tratara de un producto aspiracional, hay que advertir que esta estructura urbana también es un distractor: funciona como un espectáculo capaz de desviar la mirada de las personas ante necesidades más urgentes que requieren las sociedades en los espacios públicos, como establecer las reglas de convivencia en un ámbito más extenso a los límites de una colonia y de abrir espacios efectivos para mejorar la calidad del ejercicio del Derecho a la Ciudad, no sólo en zonas como la colonia Condesa. Dicho sea de paso, el éxito del espacio público en este sitio se debe a  un proceso de expulsión de sociedades pobres o de adultos mayores, para darle lugar a gente joven con alto poder adquisitivo, hecho que establece al ícono del espacio público mexicano como un sitio configurado por procesos de exclusión social.

Más allá de la ciudad de México, existe una preocupación gubernamental por incrementar los espacios públicos en número y calidad. En el anterior sexenio, la Secretaría de Desarrollo Social implementó un exitoso programa llamado: “Rescate de Espacios Públicos”, que consistía básicamente en un modelo de consulta popular con grupos marginados identificados por municipio, el cual perseguía poner prioridades en el espacio público y producir proyectos a la medida de las circunstancias y exigencias de la comunidad; el objetivo era fortalecer los tejidos sociales existentes. El programa federal, se llevo a cabo en colaboración directa con los municipios. El éxito del programa dependió de éstos, más que de la federación, y es relativo: algunas entidades lo hicieron muy bien, otras no tanto.

Dentro de este programa se llevó a cabo el rescate de espacios públicos en Ciudad Juárez. Como caso excepcional, el procedimiento fue diferente y las acciones en los espacios públicos fueron ordenadas desde la ciudad de México por los responsables del programa en SEDESOL, contratando a arquitectos renombrados también del DF, quienes desarrollaron proyectos que buscaban el rescate de los espacios públicos. Con gran atención mediática el presidente Felipe Calderón formó la iniciativa “todos somos Juárez”, a través de la cual impulsó la recuperación de Ciudad Juárez en febrero de 2010, un mes después de la tragedia de Salvarcar, en donde 17 jóvenes fueron asesinados y 12 heridos,[1] sin motivos aparentes. La noticia de la estrategia presidencial tuvo un impacto nacional en el que parecía que el gobierno estaba dispuesto a atender en parte a las víctimas generadas en la ola de violencia que esta ciudad ha sufrido en los últimos años. El espacio público formaba el centro de la estrategia. El 24 de enero de 2011, siete niños fueron asesinados en una de las nuevas canchas del “Centro Comunitario Francisco I. Madero”,[2] realizada como parte del proyecto federal. La noticia tuvo trascendencia internacional y las imágenes tenían de trasfondo a los logotipos del programa, de SEDESOL y del Gobierno Federal. Quedó claro que los espacios públicos no se pueden utilizar para maquillar la realidad. El hecho de construir espacios públicos bien diseñados no sirve de nada si éstos son incapaces de brindar la oportunidad clara, sencilla y expedita de ejercer los derechos ciudadanos, así como de promover una autorregulación de las estructuras sociales. No es un tema de formas, canchas o vegetación; el espacio público se trata de los tejidos y las construcciones sociales.

A diferencia del concepto de espacio público que persigue el nuevo urbanismo, que en muchas ocasiones se fundamenta en procesos excluyentes como el que narré arriba en la colonia Condesa, y alejado de la producción del mismo como una máscara de la realidad, se pueden perseguir estrategias para incrementar la eficiencia de los espacios públicos. No sólo para que la ciudad sea más bonita y caminable, sino para articular equipamientos efectivos y una presencia social e institucional que conforme a una esfera pública sólida, que propicie ciudades con claridad de espacios urbanos, pero sobre todo que brinde calidad de acceso a las instituciones burocráticas, de salud, de educación, de seguridad pública. Desde mi óptica, ahí está el principal sentido del espacio público; mucho más allá que bicicletas, canchas y cafés, debe ser una garantía para que los ciudadanos la transformen, para que tengan acceso a los servicios públicos, para que lleven a cabo en forma segura y regulada, la vida cotidiana.

 

Texto: Arturo Ortíz Struck



 

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