“Güeros”
Dirección: Alonso Ruíz Palacios
Guion: Alonso Ruíz Palacios, Gibrán Portela
Fotografía: Damián García
(2014)
“Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”
-Sombra, “Güeros” (El Dinosaurio, Augusto Monterroso)
Cuando era niña estaban de moda las trilogías, ahora lo están las tetralogías, ya sea en uno o dos volúmenes, y después del bien logrado caso “Harry Potter” con 8 entregas, o el deprimente “Fast and Furious” (cruel ejemplo de como un tema gris puede estirarse sin compasión), vuelvo al ruedo de la serie sobre arquitectura y cine. Quizás habrá otras entregas, quizás no, dependerá de encontrarme con alguna cinta que inspire y cautive mis sentidos tal como pasó con la Ópera Prima de Alonso Ruíz Palacios: “Güeros”.
Si usted es de aquellos incautos que no ha tenido el placer de asistir a una sala para presenciar tremendo deleite sensorial, le sugiero encarecidamente que siga leyendo y le prometo arderá en su interior un deseo incontenible de correr a alguno de los cines que aún la exhiben, para adentrarse a una de las mejores experiencias que tendrá este año con una película mexicana.
Con 12 nominaciones a los premios Ariel y ganadora de otros a nivel mundial, como el galardón a mejor Ópera Prima en el Festival Internacional de Cine de Berlín y el premio a la Juventud en el festival de San Sebastián; “Güeros” es definitivamente una bocanada de aire fresco para la fuerte dirección tomada en cintas como “Nosotros los Nobles” de Gary Alazraki y “No se aceptan devoluciones” de Eugenio Derbez, pues aunque hace uso de tintes humorísticos, a diferencia de las anteriores, no abusa del uso de estereotipos, clichés (tanto en vestimenta como en formas de hablar) ni de personajes caricaturescos sobreelaborados. Es una cinta limpia, prolija y sencilla, en un formato 4:3 en blanco y negro, el cual al suprimir el color potencializa el contraste entre los personajes y locaciones, imprime un tinte atemporal enfatizado en algunos detalles que, aunque minúsculos, son cuidados al milímetro.
La historia es simple: Tomás (Sebastián Aguirre) vive en el puerto de Veracruz con su madre, quien desesperada por su pésima conducta decide mandarlo a pasar una temporada con su hermano mayor Fede (Tenoch Huerta), estudiante de filosofía en la UNAM que vive en la Ciudad de México. Aquí comienza el viaje, una toma cerrada de Tomás a bordo de un autobús dirigiéndose a un territorio desconocido; llega a casa de su hermano, para converger en un cambio sustancial a la primera imagen del puerto, un salto entre la calidez y el desenfado del ambiente playero contra la verticalidad y densidad de la Unidad Habitacional Integración Latinoamericana (1977).
Tomás encuentra a su hermano y a su roomie Santos (Leonardo Ortízgris) inmersos en el ensimismamiento y el ocio, resultado del cese de clases durante la huelga estudiantil de 1999 en la UNAM; tras enterarse de que Epigmenio Cruz agoniza en un hospital al Poniente de la ciudad, y persuadido por el vínculo entre la música del cantante y el recuerdo de su fallecido padre (mediante un viejo cassette heredado que escucha una y otra vez), Tomás demanda a su hermano, apodado Sombra, que acudan en su búsqueda, lo que desemboca en una deriva muy al estilo Guy Debord y el movimiento situacionista; el hallar a Epigmenio resulta el eje orquestador para el recorrido a realizar a través de la ciudad y el retrato de las experiencias que tendrán en cada uno de los escenarios a presentarse.
La película enmarca con una impecable fotografía la Ciudad de México, transformándose en un personaje más en la historia, el recorrido se basa en el libro “Citámbulos, el transcurrir de lo insólito. Guía de la Ciudad de México” (lo analizaremos en una próxima entrada) el cual se zonifica en Sur, Poniente, Centro, Oriente y Norte. Los personajes oscilan entre estos puntos, tomando de referencia ambientes icónicos de cada zona y resaltando los contrastes entre sí: parte del exterior con una vista abierta y desbordante con el mar de fondo para proseguir al Sur: nuestra mirada se acota dentro del departamento de Sombra y Santos…sucio, desordenado y carente de luz eléctrica, no hay cortinas para aprovechar la luz natural, de noche encuadra las luces provenientes de la ciudad. Al interior de la unidad está el momento dedicado a la contemplación: salir a las plazas centrales a tomar el sol y conversar, pasivos e inertes.
En el hospital, al poniente, se reflejan las condiciones del sector salud público, reconocible por la angustiante sala de espera y los elementos compuestos en los pasillos y la zona de camas, posteriormente hacen brincos entre la densidad y precariedad del pueblo de Santa Fe y situaciones de conflicto interno e inseguridad; la Ciudad Universitaria, siempre atemporal e imponente, presa de un movimiento desorganizado y carente de objetivos claros establecidos; los indicios de gentrificación en algunas calles del Centro Histórico, al ser usadas como sedes de eventos culturales de un estrato social burgués y pseudo-intelectual, contrapuesto con el carácter comercial que lo ha caracterizado; Reforma y sus altos edificios, áreas ordenadas, bien delimitadas, ligado al zoológico de Chapultepec, que me recuerda esos paseos dominicales de la infancia; el cruce por el Oriente no pasa desapercibido: la cantidad de baches en el pavimento, casas deprimentes, escasa vegetación y ambiente seco hasta llegar al arquetipo de una pulquería tradicional, pude a pesar de la ausencia de color percibir los tintes con que se solían fabricar los mosaicos con los que estaba recubierto el interior; para culminar en un paraje aledaño a Reforma, vía tradicionalmente usada para las manifestaciones.
La cámara es sumamente oportuna, acierta al elegir cuando enfocar algún elemento ya sea para generar un ambiente o abrir una toma y percibir fenómenos urbanos como la escala, densidad, saturación, verticalidad y amplitud; dirige nuestra mirada y condiciona el recorrido visual a través de la historia, dosificando los estímulos de acuerdo a la emoción que persiga generar en el espectador. Oscila entre lo trepidante y contemplativo, mantiene un ritmo dinámico que refleja el de la ciudad misma, podemos pasar de unas cuadras tranquilas a doblar la esquina y encontrarnos atrapados ante un embotellamiento desquiciante.
Aquí el factor movilidad queda cubierto y arraigado al automóvil, que también funge como un ambiente más, pues no sólo sirve para transportarlos, sino que también es testigo de diversas situaciones y actividades, es un parteaguas para cuestionarse: ¿Cómo se habría vivido el mismo recorrido pero con diferente medio de trasporte? Es decir, ¿qué pasaría si el único medio fuera el transporte público, bicicleta o a pie? Seguramente tendríamos películas diametralmente distintas, lo que nos presenta un planteamiento muy interesante ante las lecturas que podemos darle a la ciudad con variables en un principio irrelevantes pero que terminan definiendo sustancialmente nuestra percepción y experiencia.
La cinta es sin lugar a duda un ejercicio lúdico, tanto en el dinamismo de las tomas como en las abruptas transiciones espaciales, para evidenciar los contrastes geográficos, sociales y económicos que pueden suscitarse en una misma ciudad. Los saltos de tiempo que ocurren cuando creemos encontrarnos en el año 1999 y después vemos smartphones o el uso de frases coloquiales como: “vamos por unas chelas al OXXO” cuando para ese año la presencia de la cadena no era predominante como lo es hoy en día. Nos reitera constantemente su diversidad. Basta con desplazarse unos minutos y afinar la vista. Invita a salir y tomar la oferta sensorial expuesta durante su recorrido, considerando que las posibilidades son infinitas así como las posibles configuraciones, sin necesidad de perseguir un objetivo trascendental.
Queda abierta la invitación a tomar las calles, recorrerlas, perderse, sufrirlas, atravesarlas, definirlas, para con suerte cuestionarnos “¿Dónde estamos?” Y cuya respuesta siempre será: “En la Ciudad de México”.
“Y sin embargo… se mueve”
-Ana, “Güeros”