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portavoz - 03/01/2012
Por Sergio Gallardo - 11/06/2015
El periodo post-revolucionario de México dio la pauta para el replanteamiento y búsqueda de un movimiento renovador de la arquitectura que diera soluciones masivas a los problemas sociales más básicos de aquella época, como salud, educación y vivienda. Fue el surgimiento e institucionalización del funcionalismo arquitectónico en México, abarcando un periodo que se inicia en la segunda mitad de la década de los veinte y culmina a fines de los años treinta.[1]
Con este movimiento aparecieron Arquitectos que hicieron de él su estandarte, Enrique del Moral –El Gringo– y José Villagrán García, entre otros, quienes influenciados por Le Corbusier, Mies y la Bauhaus transformaron la imagen arquitectónica de aquel México.
El Gringo fue alumno de Villagrán en la Escuela Nacional de Arquitectura, en la Academia de San Carlos. Protagonista indiscutible con Mario Pani -con el que trabajó en múltiples proyectos- del plan maestro de Ciudad Universitaria y de la torre de rectoría, su labor como académico también fue notable, impartiendo clases y nombrado director de la Escuela Nacional de Arquitectura. Su aportación a la arquitectura y al funcionalismo mexicanos se puede resumir en la integración de la tradición y la modernidad.
José Villagrán, es el innegable maestro y propulsor de la arquitectura moderna en México, tal vez el único arquitecto mexicano que hizo trascender su obra a partir de los planteamientos teóricos necesarios en un Mexico al que le urgía entender sus propios problemas. A partir de su Teoría de la Arquitectura basada en 4 valores lo útil, lo lógico, lo estético y lo social, el profesor por más de 40 años del taller de composición arquitectónica y teoría de la arquitectura de la UNAM, puso fin a las fastuosas e innecesarias obras para sintetizarlas, racionalizarlas y dar origen a un nuevo lenguaje que se manifestaría en las nuevas instituciones gubernamentales, el funcionalismo.
Notables ejemplos de este nuevo lenguaje fueron La Granja Sanitaria e Instituto de Higiene (1925), el Hospital de Huipulco (1929); y el Instituto Nacional de Cardiología (1937)[2]. Bajo estos nuevos principios se fueron sumando obras, proyectos y arquitectos que consolidaron el México contemporáneo. A Villagrán se le debe, mejor dicho Teodoro González de León, Armando Franco y Enrique Molinar, le deben, el gesto que el mismo Teodoro narra, al permitirles como alumnos presentar su propuesta para el plan maestro de Ciudad Universitaria, el cual fue tomado por Pani y El Gringo para desarrollarlo.
Quién mejor que al maestro Villagrán para hacer el proyecto de la Escuela Nacional de Arquitectura, buscador incansable de la coherencia entre lo que se dice, se proyecta y se construye, y agudo analítico del problema a resolver, sus postulados teóricos deberían ser revisados y aplicados continuamente en el quehacer arquitectónico, y tal vez replanteados como lo hiciera Villagrán hace años: “esto que hicieron en el Renacimiento en el siglo XVII, es lo que tenemos nosotros que hacer. Ni neoclásico ni neocolonial; debemos buscar lo que nuestros problemas actuales nos exigen”.
El Gringo falleció un día como hoy de 1987 y El Maestro el 10 de junio de 1982, es decir hace 28 y 33 años respectivamente.
[1]Rafael López Rangel. (1989). La Modernidad Arquitectónica Mexicana Antecedentes y Vanguardias 1900-1940. México, D.F.: Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, p. 15.
[2]Ramón Vargas Salguero. José Villagrán García:Vida y obra,UNAM/Facultad de Arquitectura, México, 2005, p. 63.