¿Cuándo fue la última vez que usted fue a tomarse una fotografía? No una que almacenara en su celular, o que sea motivo de likes en cualquier red social, sino una que le tomara tiempo de su día para ir a algún establecimiento, peinarse, arreglar su camisa y seguir las instrucciones: más abajo la frente, la cara poquito a la izquierda, ya va, no se mueva; espéreme, le hago sus impresiones (antes días, hoy apenas unos minutos). ¿Imagina como sería si no llevara una cámara portátil en su bolsillo? ¿Si el celebérrimo Photo Boot fuese borrado y las posibilidades para el fondo de un retrato o los efectos del mismo quedaran en manos de artesanos con cámaras creadas hace más de cien años?
Hay rituales que nos enfrentan a una inevitable melancolía, aunque no tengo claro si estamos anclados en el romanceamiento de algunas prácticas o si el inevitable lugar común lastima un poco cuando se enfrenta a su extinción; la fotografía instantánea en Chapultepec, enviar algo por correo postal, ir a buscar libros viejos, o imprimir fotos, son actos cotidianos que quizá por innecesarios poco a poco van desapareciendo, y aunque quizá nunca se desvanezcan, es muy posible que no vuelvan a ser sino caricaturas de lo que llegaron a significar para los habitantes de la ciudad.
La historia de la fotografía en la Ciudad de México está plagada de grandes nombres como Guillermo Kahlo, Nacho López, Enrique Metinides, Luis Moya, Los hermanos Casasola, los Álvarez Bravo y un sin fin de gigantes, pero la misma no se agota en nombres, sino que se extiende hasta anónimos de una precisión y técnica envidiable, a rituales, máquinas, tiendas y otras cosas; sin mucho esfuerzo pasamos de lo micro a lo macro y viceversa.
Es esta apariencia de sencillez la que “Nosotros fuimos. Grandes estudios fotográficos de la Ciudad de México”, exposición mostrada actualmente en el Palacio de Bellas Artes, utiliza como eje rector para traer al presente la historia y los rituales de la fotografía de principios del siglo pasado, de la mano de más de 150 fotografías originales. Se destaca la importancia que tuvieron estudios como “Valleto y Cia” (propiedad de los célebres hermanos Valleto), “Foto Napoleón”, “Photo Chic” y “Foto Dallmayer”, entre muchos otros, para los habitantes de la Ciudad de México en aquellos años.
Se habla no sólo de las imágenes sino de los rituales que estas implicaban, desde la construcción de un estudio, ir al centro a tomarse las fotografías, la construcción de identidad por medio de las mismas, las tecnologías y maneras de presentar el trabajo final. Por medio de poca pero precisa información escrita y abundante material expuesto ahondamos en distintos aspectos de los grandes estudios de foto.
Así, el espectador va de las imágenes de la elite mexicana a los retratos caudillistas, de la representación de familias y grupos de intelectuales al boom de la estética flapper, y aunque se trata de una muestra corta, cuenta con un acervo envidiable, en el cual, por ejemplo, podemos apreciar por primera vez expuesta una de las tres fotografías originales de Villa y Zapata en la silla presidencial, o algunos retratos de celebridades como Nahui Ollin o Porfirio Díaz.
La muestra no se agota en los grandes personajes, sino que expone fotografías de una exquisitez técnica envidiable que retratan ya sea a un par de amigos, a unos recién casados o a una familia de renombre; además de esto, si bien superficialmente (más por el pequeño tamaño de las salas que por la falta de información, lo que queda claro al consultar el catálogo), se toca el tema de la técnica de estudio, cómo era uno de estos sitios, por qué aparecen tales o cuales motivos en los fondos y de qué forma se preparaban los mismos.
Uno de los más grandes aciertos de la exposición es que tiene lugar a la par de “Henry Cartier-Bresson. La mirada del siglo XX” y aunque ambas tienen guiños entre ellas, es claro que pasamos de lo global de Bresson a lo local de los Valleto, o de la icónica fotografía “Detrás de la Gare de Saint Lazare” a la poco conocida “Mujer leyendo” de Martín Ortiz, es decir, hay un juego de complicidad. Este es quizá uno de los mejores complementos para ambas exposiciones; algunos visitantes, sin embargo, no llegan a experimentarlo, ya que pocos visitan la pequeña muestra, quizá por la falta de difusión o de algún señalamiento por parte del museo o del personal del mismo.
No hay forma de ver una exposición sin la otra, por una parte como ciudadanos del mundo, por otra como un íntimo retrato de los rituales que existieron, para comprender y para con la labor a veces anónima de quienes desde el pasado nos dicen: “Nosotros fuimos”.
Al salir del Palacio uno puede mirar a los cientos de personas que comparten una sonrisa ante la fotografía del recuerdo en Bellas Artes, y quizá de pronto nos percatemos de que ellos, al igual que aquellos que dejamos en la sala, morirán para sólo existir como imagen; que por estas mismas calles, hace poco más de cien años, alguien también presionaba el disparador.
“Nosotros fuimos. Grandes estudios fotográficos en la Ciudad de México” se exhibirá hasta el 31 de mayo en las Salas Justino Fernández y Paul Westheim del Museo del Palacio de Bellas Artes.
De martes a domingo de 10:00 a 17:30 hrs.
http://museopalaciodebellasartes.gob.mx/exposicion/nosotros-fuimos/recorrido.php
Fotografía: Martín Ortíz, Nahui Ollin Ca 1920 , plata sobre gelatina, impresión de época, 45.2 X 32 CM. (Galería López Quiroga)