Aprender y enseñar

Por - 03/10/2014

“La arquitectura, como se enseña y practica hoy en día, no es más que una ficción gramatical. Basta con ver el abismo que separa lo que se enseña (¡y cómo!) y lo que se construye (¡y porqué!) para entender que en algún lugar una mentira está siendo perpetrada. Sólo un método sofístico podría enmascarar una situación donde tantos gastan tanto para hacer tan poco, con tan dañinos resultados.”

Daniel Libeskind

 

 

En medio de una marisma de inconformidades y simulaciones, los estudiantes de las escuelas de nivel superior del Instituto Politécnico Nacional, han levantado la mano para manifestar su inconformidad ante los diversos cambios que se planean ejecutar desde la cúspide burocrática en sus planes de estudio y en el reglamento general del instituto. No es fortuito el desencanto, demasiado temor existe por parte de la comunidad a que se reduzcan (aún más) las expectativas de desarrollo profesional de los egresados y se incremente la segregación y estigma, nunca menor, con la que cargan quienes descubren la existencia de un embudo innegable que habrá que superar cuando se intenta ingresar al mercado laboral, sobre todo si su formación académica recae en una institución de carácter público.

Es evidente que estas manifestaciones que se han dado en el mejor de los niveles, ya representan una oportunidad de cambio favorable y que muchas de las circunstancias en las que se enseña y se aprende deben evolucionar, entendiendo los nuevos desafíos que ya viven nuestras profesiones (la arquitectura en este caso). Pero no existe garantía alguna para instrumentar este ideal que parece ser sólo una promesa al aire, un objetivo más de la agenda que no tiene pies ni cabeza. Las buenas intenciones de este gobierno, si les llamamos así con gran optimismo,  siguen dominando el método de transformación gubernamental de un país que será justo, equitativo, competitivo y desarrollado en un futuro indeterminado. Las cabezas de este gobierno duermen y sueñan en la almohada reconfortante que vaticina tiempos mejores, pero la realidad se desborda hoy como hace muchos años atrás y la necesidad sigue creciendo.

El Instituto Politécnico Nacional y si enfocamos la mirada en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (en sus tres planteles), ha sido una institución que ha brindado la oportunidad de profesionalizar a los hijos de la clase trabajadora, los cuales hoy en día no son los menos pero tampoco son más los mismos de antes, aquellos que viniendo del campo construyeron gran parte de lo que hoy es nuestro país. Las cosas han cambiado y no se debe ningunear así a quienes ya compiten en condiciones adversas por hacerse de un título profesional. Por ello, antes de seguir cercando a las instituciones públicas de enseñanza superior, el Estado debe exigirse mejorar las condiciones físicas, económicas y sociales, u otras tantas más en las que la educación se imparte. Así, se cimentarían a fondo las necesarias reformas educativas que no se solucionan con tablets ni pizarrones electrónicos, con más clases de inglés o con menos de cálculo integral.

En la arquitectura, es suficiente ver las herramientas con las que cuentan las instituciones privadas en comparación con las públicas. Nadie tiene la culpa de tener más o de tener menos, sólo que a veces se cree que tener más es garantía o señal de mayor nivel cognoscitivo, eso es falso; lo digo como docente que participa tanto en instituciones públicas (donde hay que forzar a los buenos alumnos a que se crean buenos) y privadas (donde hay que hacer notar que los que se creen buenos nunca lo han sido a pesar de sus sorprendentes promedios). Talentosos y no, hay en todos lados, el error es pensar que el talento se cosecha sólo en una parcela.

Así, como bien se sabe, la Facultad de Arquitectura de la UNAM está dejando de ser un referente en la disciplina, a juzgar por el número de sus egresados (generaciones recientes) dirigiendo sus propias empresas y/o generando obra trascendental. Nombre diez arquitectos que le parezcan sobresalientes, menores de 40 años de edad e investigue de dónde son egresados. Es clarísimo que las cosas han cambiado.

Sin embargo, si nos referimos a los egresados de la UNAM mayores a 40 años, veremos que son ellos los que coronan en gran número las plantillas docentes de otras universidades privadas, y los que acuden al llamado de la investigación que en este país tanto se menosprecia. La escena actual la dominan los egresados de las universidades privadas, y para quien piense que esto es una muestra de su calidad en la enseñanza, lamento decir que son ellos mismos los que reconocen que las carencias son similares a las de aquellas de carácter público -éstas últimas las que marcan la pauta para definir o avalar sus programas de estudio- con unas diferencias claras que son el plus de pagar una colegiatura: hay mayor soporte para el estudiante y el egresado, mejores herramientas de trabajo, tecnología, equipos, apoyos, vínculos, en fin, hablamos de otra plataforma que expande los límites más elementales del sistema enseñanza-aprendizaje.

¿Quién se encargará de verificar que lo que dicen enseñar algunas instituciones de vanguardia sea real y no una ficción mercadológica? ¿Quién demostrará que no se tiene el talento para dirigir exitosamente un despacho/empresa enfocada a la producción de arquitectura? El mercado. Y sí, este no evalúa, este juzga y casi siempre es prejuicioso. Una manifestación de inconformidad como la que se lleva a cabo hoy por el Instituto Politécnico Nacional es necesaria y aleccionadora, sobre todo por la forma en que se ha desarrollado, mostrando claridad en la relevancia cívica del acto de exigir. Que se cumplan las exigencias dependerá de otros factores que se acercan más a la ciencia política y las condiciones globales que a la agenda educativa. ¿Entonces qué debemos de aprender y enseñar en las aulas?

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