Hace algunas semanas tuve la oportunidad de visitar Monterrey invitado por la Cátedra de Urbanismo Ciudadano del Instituto Tecnológico de Monterrey. Durante mi estancia en la ciudad pude testificar el enorme esfuerzo de reconversión urbana que significa el Parque Fundidora y su potencial como elemento estructurador para el sector central de la ciudad. Un segundo proyecto, el del Paseo Santa Lucía, certifica la apuesta de la ciudad por la construcción de nuevos espacios de convivencia que, dada su escala y dimensión, pueden llegar a ser detonantes de una urbanidad más compleja.
El corredor del Paseo Santa Lucía, criticado en algunos sectores por representar la importación de un modelo comercial de la ciudad de San Antonio,Texas, tiene el enorme potencial de convertir a este espacio público en el elemento vertebrador de la zona. El corredor tiene muchas cosas bien hechas; lo primero, cumplir con la condición indispensable para que cualquier corredor urbano funcione: tener un origen y destino que unir. El corredor “comienza” en el Museo de Historia Mexicana —que a su vez actúa como enlace con el eje de la macroplaza-, y concluye en el parque Fundidora; se unen así a través de un corredor peatonal aislado de los flujos vehiculares, dos puntos de la ciudad que con el tiempo se demostrarán claves para un adecuado desarrollo urbano.
Lo que llama la atención de estos dos espacios es la titánica labor de apostar por el espacio público en una ciudad que en su cotidianidad ha dejado de estar acostumbrada a éste; una ciudad donde los modelos comerciales americanos se han convertido en los espacios de convivencia y donde los fraccionamientos amurallados para una mínima parte de la población parecen ser el modelo de crecimiento urbano a seguir. En este sentido, la creación de estos dos espacios y la reciente verticalización de los nuevos desarrollos inmobiliarios -aún con muchas carencias- parecen augurar un futuro mejor. Recordemos que los proyectos urbanos nunca se deben juzgar tan solo por lo que son, sino por las posibilidades que abren, por lo que pueden llegar a ser.
En las antípodas de las intervenciones anteriores se encuentra el Centro Roberto Garza Sada diseñado por Tadao Ando para la Universidad de Monterrey. Un proyecto icónico que hace muy poco por su entorno. Un edificio supeditado a un gesto; una “puerta” que no abre ni une nada, más allá de un mar de coches estacionados.
La inseguridad que vive México ha generado que el simple hecho de acceder a un recinto universitario -el campus de la Universidad en Monterrey- parezca casi tan complicado como entrar al Pentágono. Identificaciones, guardias de seguridad privada que sospechan del conductor, del resto de ocupantes y hasta del vehículo mismo; llamadas de walkie-talkie llenas de claves -“tengo un X10 en la entrada”-, para que finalmente se nos permita entrar al área de estacionamiento. Acceder al edificio es otra cosa; hay que ir acompañado en todo momento por el profesor que autorizó tu entrada.
Esperando a la persona que amablemente nos guía por el edificio, es fácil comprobar lo que es casi una obviedad. En un edificio de uso cotidiano y varias plantas de altura, los usuarios tienden a subir de la forma que requiere el menor esfuerzo posible; así las escaleras de pendiente prehispánica, generadas por el gesto de plegar el edificio en su base, parecen perder todas las batallas frente al modesto elevador escondido en el área de servicio contigua. La que parece la principal apuesta del edificio -un sistema de patios con escultóricas circulaciones verticales- es superado por la eficiencia que exige la vida diaria.
El proyecto parece tener muchas cosas cuestionables: un edificio de concreto aparente que esconde un sistema de columnas y vigas IPR de acero que, en aras de una cierta honestidad estructural, parecerían sugerir otro lenguaje tectónico. Un abanico -el gesto formal de mayor presencia en el edificio- hecho en parte de tablaroca y metal y maquillado para aparentar ser de concreto. Aulas que no tienen ni una sola ventana que permita la ventilación natural y que niegan las impresionantes vistas de la Sierra Madre Oriental o del Cañón de la Huasteca. El mayor baluarte de la ciudad, su impresionante paisaje, es anulado para concentrar toda la carga visual en unos patios de gran riqueza espacial pero en su mayoría vacíos de usuarios y contaminados -en parte por su localización en altura- por el ruido de fondo de los coches que circulan por las vías aledañas al campus.
Lo más cuestionable de toda la operación, sin embargo, es lo poco que hace el edificio por el resto del conjunto universitario. El “campus” de la Universidad de Monterrey es en realidad un grupo de edificios rodeados por un mar de estacionamientos; pese a todo, esconde el potencial de funcionar como un corredor peatonal que permita otro tipo de vida universitaria. La calidad de la obra de Ando y su prestigio auguraba otro resultado. Permitían pensar que una intervención suya sería capaz de dinamizar el campus, de mitigar algunas de sus carencias y potenciar otras formas de uso. En lugar de esto se construyó un edificio aislado, con poca o nula relación con el resto de los edificios del campus y que no parece enriquecer en mucho la vida estudiantil del conjunto.
A propósito de la inauguración del edifico, el periódico Reforma publicó una conversación con la benefactora que hizo posible el edificio. En dicha conversación, Doña Márgara Garza Sada de Fernández explicaba con un cierto orgullo como Tadao Ando tras visitar el terreno, -algo que no hace para todo los proyectos que realiza-, abordó un avión con destino a Nueva York y al aterrizar le envío el croquis de lo que tiempo después se convertiría finalmente en el edificio. Parece que la arquitectura es la única profesión en donde sus representantes de mayor prestigio pueden seguir interpretando el papel de genio creativo. ¿Alguien aceptaría un diagnóstico apresurado de un médico sin haber hecho las pruebas pertinentes o solicitar una segunda opinión? ¿Quién confiaría en una estrategia de negocio de cualquier consultoría basada en un análisis económico hecho en 5 minutos?
Lo primero que pensé al terminar la visita al campus fue que era una oportunidad perdida. Lo que se hubiera esperado de Ando sería un edificio de altísima calidad y que éste ayudara a construir un mejor campus. A mi juicio, ninguna de las dos cosas se consiguió.