Galerías en la Red
- 19/08/2013
Por Alberto Waxsemodion - 12/07/2017
A partir del 9 de junio y hasta el 10 de septiembre del año en curso el Museo del Palacio de Bellas Artes, en colaboración con Los Angeles County Museum of Art (LACMA) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) traen a la Ciudad de México una de las muestras más esperadas por el gran calendario cultural de la capital. Esta exposición recorre y construye distintos diálogos entre la obra de dos de los artistas más importantes para el arte europeo y latino del siglo XX: Diego Rivera y Pablo Picasso.
La muestra recorre distintas facetas de ambos autores, entre las que destacan las de su formación académica, su ruptura con la tradición pictórica y un establecimiento de estilo por parte de cada uno. Ahora bien, una de las preguntas que como espectadores nos podemos hacer es a qué se debe una comparación precisamente entre estos dos autores. ¿Se trata de un tema del prestigio de los nombres?, ¿es un ejercicio basado en la anecdótica amistad?, ¿un tema de marketing? Y aunque este es un punto nodal para la construcción del recorrido, es un punto que se deja descuidado, quizá por parecer obvio. ¿Quién no querría re-revisar la obra de Picasso y Rivera?, ¿quién se negaría al encanto del star system del arte?
Es cierto que el mérito de un artista no se mide por medio del impacto de su nombre en la cultura popular, pero gran parte de cómo espectadores e instituciones se acercan a ellos sí. Por eso es necesario preguntarnos: ¿realmente es necesario acudir a los mimos gigantescos nombres? No podemos negar el impacto que estos personajes tuvieron a escala local y global, pero ya que se trata de sujetos tan enraizados al concepto de “arte” se antoja necesaria más que una insinuación del porqué elegir a estos interlocutores para una conversación.
“Picasso y Rivera: Conversaciones a través del tiempo” tiene como uno de sus puntos más fuertes una museografía excepcional (al menos respecto a las piezas mostradas) ya que no sólo se apoya en el tema cronológico y temático, sino que además simultáneamente hace uso del recurso biográfico y anecdótico para mostrar al público de qué forma los paralelismos entre ambos pintores no son mera coincidencia sino que obedecen a un clima social y cultural muy específicos. Esta multiplicidad temática no es caótica sino que se convierte en una envidiable forma que pasa por lo didáctico pero que también va más allá de eso.
¿Y cómo va más allá? Pues su curaduría hace una selección envidiable de piezas que con suerte veremos de nuevo juntas en varios años, por ejemplo, los óleos de gran formato que muestran la descarada influencia grecorromana en uno y prehispánica en otro son momentos imperdibles, tal y como la comparación entre las ilustraciones de Popol-Vuh de Rivera y los grabados de temática mitológica de Picasso.
Otro de los puntos a destacar al observar la muestra, es que se corre el riesgo de no sólo meter piezas de los autores principales, sino que también se le da un peso al imaginario y las formas de representación de las culturas antiguas, representadas por distintas piezas que el INAH proporciona. Y decimos que es riesgoso por estos pequeños lazos no solo entre la obra de un autor con el otro, sino también de sus obras con otros referentes estéticos, que logran amalgamarse como parte del recorrido.
Se agradece que además de los diálogos uno de los puntos fuertes en la muestra sean los desencuentros que existían entre los autores, y no hablo aquí del tema anecdótico sino de cómo se muestra, por ejemplo, el contraste entre el entorno rural y el de la gran metrópolis que respectivamente cada pintor tuvo oportunidad de experimentar y representar, además de cómo aunque pudiera parecer que esta conversación es calmada y amistosa, se trata más de una pequeña discusión tanto entre autores, tiempos, tradiciones pictóricas, etc.
En general estamos ante una breve muestra que hace un uso pertinente de sus recursos y que nos invita a admirar la evolución de dos de los autores más importantes del siglo XX. Se trata de un recorrido que nos muestra distintas líneas temáticas sin llegar a la saturación conceptual y una oportunidad única para cuestionar cuál es la necesidad de recurrir una y otra vez a nombres de gigantes para afianzar una muestra, cuál es la obstinación institucional general con la certeza y por qué aún no existen espacios de alto nivel que apuesten por el arte de cualquier tradición que ha quedado relegado por la fama de estos grandes personajes.