Manuel Cerda
- 28/01/2012
Por Alberto Waxsemodion - 17/02/2017
“La estructura que se reproduce a sí misma llamada ‘mundo del arte’ ha llegado así a una etapa en la que cuestionar el término ‘creatividad’ ya no tiene sentido. Nada ‘nuevo’ en la acepción más ingenua de la palabra puede ver la luz en este espacio. (…) Además si la novedad de la obra ya no es siquiera necesaria para el mercado ni para los consumidores, esta generación masiva de uniformidad generará, no obstante, una verdadera disfunción en el espacio social que rodea el arte contemporáneo.”
-Claire Fontaine
“Al arte corresponde el papel de la Esfinge, del inquisidor; somos nosotros los interrogados por la obra, somos nosotros quienes debemos responder a su eterna pregunta: ¿ahora que me ves, comprendes realmente quién eres tú?”
-Ernesto L. Francalanci
A partir del 5 y hasta el 12 de febrero tuvo lugar en la Ciudad de México la Semana del arte 2017, un evento que consiste en distintas actividades culturales que agrupan a distintas galerías, museos, artistas y actores de la escena del arte actual. Entre algunas de las actividades que este año formaron parte de dicha semana están las inauguraciones de muestras como Tres siglos de grabado de la Galería Nacional de Arte de Washington presentado en el Antiguo Colegio de San Idelfonso, Juan Acha. Despertar revolucionario y Gregor Schneider. Kindergarten en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, el Salón Acme No. 5, y la exposición Pintando la Revolución en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Dos muestras que fueron ampliamente comentadas, tanto por medios de comunicación como en redes sociales, fueron el llamado Oroxxo (exposición del mexicano Gabriel Orozco que consta de la instalación de una tienda OXXO dentro de la galería Kurimanzutto, donde se venden productos domésticos intervenidos por el artista dentro de una dinámica particular de venta propuesta por el autor) y la llamada feria de arte más importante de Latinoamérica, México Arte Contemporáneo (MACO) 2017. Ambas muestras han desatado una ola de críticas por presentar lo que en palabras de algunos es “la estafa del arte contemporáneo” en referencia a la manera en que estas muestras ofrecen como arte objetos o situaciones que aparentan ser más una ocurrencia banal que un trabajo “artístico” entendido como la calidad técnica, el tiempo de producción, “la creatividad”, etc.
El grueso de las reacciones fuera del mundo del arte ha sido la de reprobación a las piezas que se presentan en estos dos sitios, o la total extrañeza ante lo que e presenta; “¿qué tiene un par de zapatos abandonados de arte?”, “cualquiera puede hacer eso, qué falta de creatividad”, “solo un idiota compraría una cerveza con un sticker en más de 15 mil dólares”. Si bien estas reacciones suelen darse en el marco de ferias de arte contemporáneo o exposiciones que van hacia la abstracción, el ready made y otras formas de arte propias de nuestros tiempos, la fama de Orozco jugó un papel importante en que estos dos eventos fueran comparados y analizados por distintos espectadores o instituciones.
El grueso de los comentarios iba en contra de lo presentado tanto en la galería Kurimanzutto como en el Centro de Convenciones Banamex, y los argumentos iban desde la pobreza del discurso hasta la comparación con obra de artistas que trabajan en periodos, técnicas y conceptos distintos a los que cada artista presenta en cada caso. Parece ser que el espectador se siente timado por “el arte contemporáneo” (cualquier cosa que signifique una etiqueta tan amplia) y que una numerosa cantidad de aficionados al arte se sienten frustrados por aquello que las instituciones muestran como una parte del arte que se genera en nuestro tiempo.
Parece ser que esta genealogía del arte (el contemporáneo) está muy lejos de una cantidad significativa de espectadores, no porque sea un lugar sagrado o inasible sino más bien por carecer de herramientas que le ayuden a validar o neutralizar las posturas radicales de cierto público. “Esto es arte” y “esto no es arte” representan parte de los argumentos a los que se reduce la discusión, misma en la cual se suelen hacer comparativos injustos, por ejemplo entre objetos de arte.
Sabemos que la Piedad de Míguel Angel contrapuesta al OXXO de Orozco dejaría mal parada a la segunda si se comparan con base en técnica escultórica, pero hacer esto sería de antemano ridículo, puesto que cerraría De facto cualquier diálogo, ya que no existe punto de comparación entre dos mundos totalmente distintos entre sí, dos objetos que responden a condiciones abismalmente distintas, y partir de esto sería como medir la poesía de Rosario Castellanos con la métrica (y la lógica) de la obra de Sor Juana.
Se dice también con frecuencia que “el arte contemporáneo” no se ha interesado en moverse hacia el público o volver sus manifestaciones más cercanas a quienes no están familiarizados con el arte más allá de la cultura popular, y aunque este punto es polémico hay que ser claros: ninguna manifestación artística tiene el deber de generar una cruzada a favor de su masificación, aunque este afán tiene cabida en piezas específicas o viniendo de instituciones tales como museos, galerías, colecciones privadas, etc. Pensar lo contrario sería como admitir que “el arte novohispano” también debe tener como misión primordial la búsqueda y educación de espectadores que puedan descifrar sus lenguajes.
El punto anterior resulta problemático ya que podría hacer parecer que aquí se defiende la obra de Orozco o de algunos artistas contemporáneos al decirle al público “no comprendes porque no estás preparado para comprender” o que toda la responsabilidad del mirar recae en el espectador, sin embargo a lo que aquí apuntamos es a que ningún género artístico tiene per se la misión de validarse como lo que es si no es con relación a lo que muestra o pretende mostrar.
¿Realmente el arte contemporáneo nos estafa? Primero hay que decir que algo como “el arte contemporáneo” es tan solo una categoría útil para fines literarios o académicos, pero que en el ejercicio de mirar resulta inútil puesto que al observar una obra podríamos estar leyendo un número ilimitado de posibles referencias a otros textos artísticos, sociales, personales, etc. pero nunca en una pieza se condensaría algo tan complejo como lo que se pretende enunciar al hablar con dicho término. Más allá de un mundo, nos enfrentamos al universo del arte contemporáneo y cada pieza no es sino un fragmento de ello.
No se piensa en abrazar cada fragmento que se nos es presentado como arte, sino de comprender que existen distancias infranqueables entre miradas y objetos y que la clave para llevar a cabo la inspección minuciosa de algún texto podría ser, en una primera instancia, no recurrir a argumentos sencillos, entrar a la dinámica que se nos propone y una vez dentro de ella plantear porqué los mecanismos de esta son fallidos, poco inteligentes, magníficos, relevantes, etc.
En un mundo saturado de imágenes que nos son familiares en su lectura y asimilación, quizá postrar la mirada ante algo que nos es totalmente chocante o desconocido puede presentar un aprendizaje valioso para nuestro horizonte de comprensión (y aquí hay que decir que si el arte no tiene porqué acercarse al público lo opuesto es también ilógico, no hay porqué padecer lo que en algún momento puede convertirse en una experiencia estética), ¿no se han destruido templos sagrados por ser incomprensibles para miembros de otras religiones? Hay que tener en mente nuestra subjetividad, donde algo tan aparentemente irrelevante como la forma en la que aprendemos el arte en educación básica (pintura, escultura y música por lo general) tiene repercusiones en la idea de siquiera intentar concebir algunas expresiones como válidas o abiertas a diálogo.
Finalmente habría que recalcar que no se trata de una apasionada defensa de cierto tipo de manifestaciones, sino de ejercer nuestra posición de observadores desde una interrogante y no desde la respuesta (esto es o no es arte). Desear que todo el arte sea para todos es una utopía cuando menos irremediablemente ingenua.
Podemos decir que el discurso de Orozco es redundante , que no corresponde con aquello que nos está mostrando en la exposición, o encontrar que alguna de las piezas mostradas en MACO es demasiado superficial en su tratamiento de algún tema, que se queda en la pura espectacularidad o apariencia, pero esto solo puede ocurrir una vez que nos sumergimos en ella y dejamos algo más que rabia y frustración frente a lo que nos es, en el mejor de los casos, ajeno.