Los arquitectos que sin teoría, y sólo con la práctica, se han dedicado a la construcción, no han podido conseguir labrarse crédito alguno en sus obras, como tampoco lograron otra cosa que una cosa que su sombra, no la realidad, los que se apoyaron sólo en la teoría.
–Vitruvio, Libro primero Capítulo I “Qué es la Arquitectura y qué cosas deben saber los arquitectos”, de Los 10 libros de Arquitectura.
La percepción del espacio es parte de un proceso cognitivo dividido en exteroceptivos (el entorno que nos rodea) e interoceptivos (aquello relativo a nuestro cuerpo y mente), por lo tanto reconocer nuestro entorno va más allá de lo que captamos visualmente o de aquello que tiene una ubicación materializada espacialmente (los objetos y su disposición), ya que también involucra cómo nos sentimos en el espacio, lo que pensamos sobre él y los estímulos que recibimos constantemente.
Ha pasado un mes desde el sismo del 19S, y aunque trágicamente arrebató vidas y patrimonio a muchos mexicanos, en términos generales podemos decir que salimos bien librados en comparación con aquel tan rememorado terremoto del 85. De ninguna manera quiero minimizar el dolor y la pérdida de miles de mexicanos a raíz de los sucesos del 7 y 19 de septiembre, sin embargo es importante señalar que hubo respuesta inmediata por parte de la sociedad civil. Asimismo cabe puntualizar que “el gobierno” tuvo también atención oportuna -con algunas carencias pero oportuna al fin-, no olvidemos que el ejército y la marina también son parte del gobierno y que para cuando el sismo 19S sucedió gran parte estaba aún en labores de rescate en Oaxaca y Chiapas. Por su parte, la sociedad civil hizo lo que le correspondía de acuerdo a los medios que tenía: tiempo y distancia, es decir, la posibilidad de estar en el sitio para poder atender con prontitud.
En mi caso particular, más allá del susto y la preocupación por mis familiares, viví el sismo muy lejos del verdadero desastre. Mi oficina se encuentra en el Pedregal y aunque la violencia y estridencia también nos alcanzó (nunca había sentido un sismo de tal magnitud y aceleración), un par de vidrios rotos y fisuras en los aplanados no se comparan con la impresión de muchos que estuvieron en la zona cero.
El tránsito sobre periférico sur inmediatamente se intensificó, por la urgencia preferí caminar a casa (poco más de 5 Km) y dejar mi coche en la pensión. Jamás había percibido la ciudad de esta manera, aunque estábamos a unos 19 Km de distancia del primer derrumbe notificado, el edificio Álvaro Obregón 286 en la colonia Roma, en seguida comenzaron a circular por twitter fotografías de la ciudad silente, estupefacta, llena de desconcierto ante aquellas panorámicas con puntos de polvo al aire que evidenciaban la cantidad de derrumbes ocurridos tras el sismo, no lo podíamos creer.
Jamás olvidare lo que sentí en las calles mientras caminaba a casa, aun estando lejos del desastre, las personas portaban un semblante rígido, con la mirada ausente, introspectivos. Las calles se volvieron dos cosas: un estacionamiento de montones que querían llegar a sus casas con sus seres queridos y un río de peatones como yo. La percepción espacial había cambiado, se respiraba incertidumbre y miedo, yo no paraba de pensar y tratar de asimilar lo que habíamos vivido, no parecía ser real, temíamos y quizás aún tememos por aquella sonada réplica. Muchos nos quedamos varias horas sin luz, yo tenía poca batería en el celular, desde ese día siempre cargo una batería extra. Ya en casa y sin señal telefónica en el interior del departamento, salía cada tanto para recibir y enviar mensajes de whatsapp (servicio que nunca falló), tratando de localizar a mi padre y hermano que aún lo lograban abandonar el área del casco de Santo Tomás, y a Diego que estaba varado en Santa Fe sabiendo que estaban asaltando por la zona del Tecnológico de Monterrey y sin forma de caminar por la súper vía.
Mi madre, hermano y yo estuvimos horas sentados en la sala del departamento con el sonido retumbante de la radio que citaba las condiciones de los edificios derrumbados y describía las labores de rescate de todos aquellos que salieron a quitar escombro para tratar de salvar vidas. Se hablaba del Rébsamen y de lo que necesitaban en los primeros centros de acopio que se formaron, pedían encarecidamente despejar las avenidas y calles para facilitar el acceso de las unidades de rescate, ahí entendí que no iría a cargar piedras. Tampoco olvidaré que aun en casa con mi familia, ese espacio tan propio se sentía ajeno y brumoso.
Entrada la noche volvió la luz y con ello la señal telefónica, pude finalmente cargar mi celular y contestar todos esos mensajes y llamadas, la incertidumbre no cesó, esa noche no pude dormir bien, mi habitación parecía tener espinas y todo me parecía peligroso: el mueble empotrado al muro, un librero alto al pie de mi cama, ese ropero pesado con cajas sobre él. Imaginé mientras trataba de dormir que si ese ropero caía no podría abandonar la habitación, me levanté y dejé cosas importantes a la mano: llaves, tenis, una sudadera, la batería extra, identificaciones, teléfono y las correas de mis perras.
Al rato siguiente salí rumbo a la oficina, recorrí el trayecto a través de una ciudad muda sin personas en la calle, ni puestos abiertos. Todos los que no debían salir no lo hicieron, era normal, estábamos de luto sin necesidad de que alguien lo proclamara. Todo el tiempo escuchaba noticias mientras estaba sentada en mi escritorio sin saber qué hacer, escuché de las brigadas de revisión, planteé la idea con mi jefe y nos fue negada, juntamos dinero para comprar cosas y enviarlas a un centro de acopio, supimos de una colaboradora que vivía en ese ya famoso edificio de la calle Portales, mismo en el que dos mujeres perdieron la vida: su trabajadora doméstica y la hija de ésta. Comenzaron las revisiones a todos y cada uno de nuestros desarrollos y se enviaron herramientas, cascos, guantes y chalecos a los centros de acopio que estaban recibiéndolos. En la oficina, con un vidrio de 2.40 x 2.40 m. estrellado completamente, comencé a responder en twitter las peticiones que enviaban con el hashtag #revisamigrieta y las inquietudes ante tuits alarmistas, verificando información y compartiendo todo lo que podía, así pasó mi día. Estaba en un lugar queriendo estar en otro y de esa manera transcurrieron los siguientes dos días, veíamos pasar a los motociclistas, camionetas y ciclistas llevando víveres que sabíamos se dirigían a Morelos. Pocas veces me he sentido tan impotente y abrumada como cuando vi la cantidad de inmuebles afectados y de todo el tiempo y recursos que se necesitarán para resarcir los daños.
A un mes del sismo, la ciudad poco a poco recobra sus rutinas, aún seguimos evitando algunas zonas y evidentemente no somos los mismos, cada uno en su debida escala. Este tipo de eventos dejan entrever las enaguas de cada uno de nosotros y del colectivo, hubo mucha humanidad, sacrificio, entrega y solidaridad, también hubo rapiña, postureo y nula calidad humana, como siempre y para todo. La ciudad tampoco será la misma, urge un sistema que además de mapear y localizar zonas de riesgo tenga la función de regular el crecimiento de las mismas, ya que sabemos que hay colonias vulnerables pero la sociedad se niega a abandonarlas. Falta mucho trabajo, falta prevención y no va sólo en función de saber evacuar ante un sismo; la percepción que ahora domina es la inseguridad del lugar donde habitamos y eso también es parte de la utilitas. Tenemos aún mucho de qué hablar.