El color de Víctor Rodríguez, artista visual
portavoz - 26/03/2012
Por Jimena Hogrebe - 08/03/2016
Hace unas semanas fue inaugurado el Museo del Barroco en la ciudad de Puebla. Vecino de universidades, complejos comerciales y áreas habitacionales en Angelópolis, y diseñado por el arquitecto japonés Toyo Ito, el museo fue presentado como el que se convertirá en el nuevo icono cultural de la ciudad.
Tuve la oportunidad de visitarlo a pocos días de haber sido abierto al público. Llegué al lugar muy desinformada; no había estudiado el proyecto hasta ese momento y no tenía más que algunas ideas vagas de lo que iba a encontrarme. Mi exploración dependió, por lo tanto, de la pura experiencia, sin ideas preestablecidas. Me pareció interesante recordar que esa es otra forma de conocer la arquitectura y que así es como la gente fuera del planeta arquitectónico la experimenta, así que decidí escribir este texto partiendo de ahí. En lugar de hablar sobre la polémica que lo ha acompañado desde su concepción o sobre el arquitecto premio Pritzker y sus intenciones, decidí hablar del museo desde lo que más me llamó la atención mientras lo fui recorriendo.
Lo que me gustó
[ Los muros ]
Me impactaron los muros. No son muros comunes, la combinación entre sus diversas curvaturas y su construcción con elementos prefabricados de concreto es particular. Son muros blancos de más de dos alturas que se curvean según su posición en el desplante. Las piezas prefabricadas, distintas y de proporción alargada, abarcan toda la altura y el despiece varía para adaptarse a las formas irregulares. La unión de las piezas se evidencia a través de líneas que, al mismo tiempo, le dan ritmo y textura a las grandes superficies. Sin embargo, no queda muy claro cómo es que están pegadas unas con otras. Los integrantes del grupo con el que fui especulamos mucho sobre esa unión, también sobre la conexión con la estructura horizontal. Fue divertido tratar de descifrar el sistema constructivo a través de la observación.
Los muros blancos irregulares no sólo me impactaron por sus proporciones y formas, sino por la manera en la que llevan a imaginar su transportación hasta la posición que ocupan, el proceso de montaje y la unión con el resto de los componentes estructurales. Además, me fascinó observar los bordes superiores que en contraste con el cielo azul me parecieron imágenes potentes que se quedaron grabadas en mi memoria. Cada vez que recuerdo la visita, pienso en esas imágenes y especulo sobre la experiencia que nacería al eliminar el resto de los elementos y deambular alrededor de estos enormes componentes blancos. Me parece que podría ser una experiencia sublime.
[ El vestíbulo ]
Desde el exterior, una pasarela techada conduce hacia el acceso principal del museo. Al pasar el umbral, se llega al vestíbulo que se percibe contenido por un plafón de tiras prefabricadas, a una altura y con iluminación tenue. La escala de este primer espacio interior contrarresta la experiencia de amplitud del exterior, aunque no se percibe encerrado porque empieza a fugarse hacia otros espacios con proporciones e iluminaciones diferentes. El piso de mármol claro, que comienza aquí siguiendo un despiece reticular, ilumina el vestíbulo con su brillo y se extiende a los largo de todo el museo. Contenido por fragmentos de los muros blancos y con algunos muebles de madera y de tela, el vestíbulo sí funciona como un espacio de llegada, encuentro y descanso. Además, desde ahí es posible identificar las posibles direcciones que se pueden tomar: hacia los módulos de servicio, las salas de exhibición, el patio, la tienda y el segundo piso.
[ El patio y el agua ]
El patio fue mi espacio favorito. Me dio la impresión de que es una respuesta y/o reinterpretación de la estructura de patio central colonial o de un patio japonés, por lo que desempeña un papel muy importante en todo el museo. Está rodeado por los muros blancos y estos están unidos por grandes ventanales que conectan el interior con el patio, algunos de los muros también están perforados por ventanas que provocan la misma conexión. Estar ahí me transportó a una especie de oasis dentro de esta zona caótica de la ciudad; un oasis abrazado por grandes y limpias murallas.
Al centro del patio se encuentra una fuente de figura irregular. El agua, cuando está en movimiento, crea una forma circular centrípeta; como la obra Perpetual Black Water Whirlpool de Anish Kapoor. El fluir del agua me hizo recordar la disposición del museo que ofrece un recorrido circular por las distintas salas, hasta llegar al centro que es el patio. Es muy atractivo y agradable el formato de este cuerpo de agua, el ambiente se percibe fresco y el sonido repetitivo evoca una estado meditativo. Además, los azules del fondo contrastan con los tonos neutros del edificio y parecieran establecer un diálogo con el azul del cielo. A esta conversación cromática entrarán, en un futuro, las plantas que apenas empiezan a crecer; incluyendo las jacarandas con sus flores moradas.
[ El recorrido ]
El recorrido circular por el interior me pareció acertado ya que permite percibir una conexión y continuidad espacial entre las salas; promueve una marcha fluida. Por otro lado, la constante aparición de ventanas hacia el exterior, tanto a la calle, como al patio, expande la experiencia y provoca tener presente que el museo está ubicado en un sitio específico.
[ Lo de arriba ]
En el segundo piso hay una serie de espacios de aprendizaje, esparcimiento y convivencia, que ofrecen experiencias distintas y que pudieran fomentar las visitas al museo. Me atrajeron sobre todo la terraza al aire libre con vista hacia la ciudad y el espacio del restaurante con vista al patio interior (en el que se come muy rico, por cierto).
Lo que no me gustó
[ Las conexiones ]
A pesar de haber disfrutado mucho de los grandes muros, me pareció que la manera en la que se unen unos con otros no les hizo justicia. Para cerrar los espacios que quedan entre ellos y aislar el interior, se colocaron uniones de vidrio y aluminio que les quitan fuerza. Por una parte por el diseño y la elección de materiales que no parecen combinar con los muros. Por otra, debido a la manufactura, la calidad de producción de varios detalles provoca que parezcan hechos al aventón. Esto resalta, además, por la impecable manufactura de los prefabricados de concreto. Me fue imposible dejar pensar en el proceso de obra pública en México, especular sobre el diálogo entre el arquitecto japonés (o los integrantes de su oficina) y los encargados mexicanos. ¿Cómo habrá sido ese diálogo? ¿Será que la diferencia entre muros y conexiones lo ejemplifica?
[ Las ventanas alargadas ]
Algunas de las perforaciones en los muros que circundan el patio son rectangulares y están posicionadas de manera horizontal. Ese formato suele recordarme las ventanas de la Villa Savoye de Le Corbusier, esas que enmarcan el paisaje. Sin embargo, en este caso me provocaron más choque que empatía. Me da la impresión de que rompen con la continuidad orgánica de los muros (ni siquiera coinciden con el despiece de los prefabricados de concreto) y no queda muy claro qué es lo que se buscaba enmarcar, parecieran corresponder a otro edificio.
[ La escalera ]
La escalera principal ocupa un punto importante en la disposición espacial del museo. Se encuentra frente al acceso, en una doble altura y como remate visual del vestíbulo. Junto con el patio, se presenta como un elemento central en el museo. Sin embargo, la solución formal no corresponde a su importancia dentro del espacio, le falta potencia. No fluye como los muros y su relación con los elementos que la rodean se percibe forzada. Incluso es confusa la correspondencia con los tres tragaluces de figura orgánica que se encuentran sobre ella. Parece una solución improvisada.
[ La museografía ]
Se podría imaginar que los muros blancos y los espacios amplios podrían ser una combinación indicada para mostrar piezas barrocas, ya que el fondo neutro y espacioso podría permitir que las piezas resaltaran con todos sus detalles. Sin embargo, la decisión museográfica fue distinta y se diseñó un conjunto de elementos que se perciben más recargados que las piezas mismas. Mamparas de colores, letras garigoleadas, plafones bajo plafones, entre otros elementos, provocan una saturación visual que agota y distrae, dificulta la concentración en las piezas. Además, el layout de los distintos elementos rompe con la continuidad de las salas y desorienta, lo que hace que la experiencia se perciba interminable. Afortunadamente, la constante aparición de ventanas que conectan con el exterior te recuerdan en qué punto del recorrido te encuentras y eso aligera la experiencia.
[ El exterior ]
Desde que nos fuimos acercando al museo, éste me pareció desenganchado del contexto circundante. Así como los edificios que lo rodean, se presenta como un objeto autónomo que descansa sobre una explanada vacía. Un objeto que no conecta con su realidad específica y que podría estar en cualquier lugar del mundo. Incluso hay un cuerpo de agua que lo abraza y que pareciera separarlo aún más de lo que lo envuelve. Espero que, con el tiempo, las conexiones con el sitio vayan apareciendo y fortaleciéndose, para que poco a poco deje de percibirse como el resto de las construcciones de la zona que parecen sólo verse a sí mismas. Edificios que no producen un tejido y que provocan una experiencia alienada.
La subjetividad absoluta
¡Qué entretenido visitar y analizar un edificio sin prejuicios u opiniones preestablecidas! ¡Qué atractivo volver a la fuente primaria y la experiencia pura para formar ideas y tomar postura! ¿Quieres intentarlo? Tal vez coincidamos, tal vez no, pero por los menos podemos disfrutarlo sin presiones.
Fotografías: Jimena Hogrebe