El Balance Entre Ficción y Realidad

Por - 17/04/2019

El cine. Medio de comunicación. Entretenimiento democrático. Arte moderno. Mucho de lo que hace al cine especial viene de las herramientas con las que cuenta para narrar una historia. No es secreto, muchos necesitan ver para creer y eso es lo que el cine nos ofrece. Podemos ver, escuchar y en muchos casos, sentir. Es de las maneras más atractiva para contar una historia, pero aún así tiene sus limitaciones. Actores, sets, CGI, lo que hacen es recrear, e incluso en las películas más realistas tenemos en cuenta su falsedad, aunque sea en lo más profundo del inconsciente. Filmes de ficción han experimentado con elementos documentalistas con resultados fantásticos y viceversa. Poco a poco, artistas han sacado filmes que coquetean con ese borde y lo que resulta es, en mi opinión, una probadita del futuro del cine.

Una gran parte de la magia del cine depende de los actores. Ellos son la cara de la historia y el medio por el cual muchas de las emociones se transmiten. El ser un humano es su espada, pero es una de doble filo. Las mejores actuaciones son las que forman una ventana al alma del humano en la pantalla. Emocionalmente hablando, el actor tiene potencial ilimitado. Al mismo tiempo, las limitaciones físicas existen y en ciertos casos, son irremontables. Aún con maquillistas de primer nivel, un actor solo puede envejecer de manera artificial. Por lo menos eso fue lo que pensé antes de que Richard Linklater me hiciera cambiar de opinión. Con su drama épico Boyhood, Linklater nos muestra que el simple hecho de mostrar el proceso de maduración humano en tiempo real llega a un nivel de credibilidad que pocas obras han logrado conseguir. Este detalle es indiscutiblemente documental, y al agregarlo a una película de ficción, no podemos evitar sentir que lo que estamos viendo fue en realidad la vida de un Tejano común y corriente al principio del siglo XXI. Aunque el filmar una película durante 12 años es un reto de logística que muchas personas en su sano juicio evitarían, siento que si otros directores intentaran esa técnica, tendríamos unos resultados increíbles.

Por otro lado, tenemos documentales que al usar elementos de ficción crean ambientes sumamente interesantes y entretenidos. La falta de popularidad del género documental podría derivarse de su naturaleza educativa. Demasiados documentales tratan de proporcionarnos información a cucharadas y si algo aprendí durante mis años como estudiante, es que uno no puede forzar interés. Sin embargo, al agregar detalles ficticios y controlados a un documental, este puede volverse sumamente interesante. Hace poco vi el documental de Netfilx Amanda Knox, dirigido por Rod Blackhurst y Brian McGinn. Aunque lo empecé por curiosidad, no puedo negar que capturó mi atención en cuestión de minutos. Aunque si cuentan con entrevistas, el hecho de que los sujetos estén viendo directamente a la cámara me causó una sensación un poco incomoda; sentí el deber de por lo menos escuchar lo que Amanda tenía que decir. Es un detalle sutilmente íntimo, pero que sin duda alguna funciona. También hay escenas con personajes conectados a la historia que son ligeramente dirigidas, que hacen olvidar el hecho de que estás viendo un documental. Hay una toma en particular, en la cuál seguimos en cámara lenta a Mignini, el héroe del pueblo, mientras camina hacia la sombra. Al mismo tiempo, escuchamos que tomó un decisión que puede que haya metido a alguien inocente a la cárcel, indudablemente cambiando nuestra opinión sobre el personaje. Son estos los sutiles detalles controlados que elevan el nivel dramático de un documental y lo hacen una película más cautivante.

Queda claro que agregar detalles realistas a las películas de ficción, o de ficción a los documentales, puede agregar mucho valor, pero existen también las películas que te hacen dudar sobre lo que son. Es en este grupo donde se encuentra una de mis películas favoritas, Alamar de Pedro González-Rubio, que se podría describir como poesía visual. Es la historia de Natan, un niño que vive con su mamá en Roma, pero pasa un verano con su papá en una remota aldea pesquera mexicana, completamente diferente al mundo urbano al que está acostumbrado. Es un filme delicado, que te susurra en el oído las riquezas que nos brinda la naturaleza. Pero lo más sorprendente es la manera en la que González-Rubio maneja y moldea la realidad. Es una película con una cantidad de personajes que podríamos contar con una mano y que ponen en cuestionamiento ese mismo término, ya que están actuando como ellos mismos. La película tiene una trama (padre anhela que su hijo conecte con su mundo) pero es una que cuenta con una muy ligera dirección de González-Rubio, ya que en su mayoría, él permitió que el padre y el hijo desenvolvieran su propia historia. Pero no hay que confundirse, esto no es cinema verité; la cámara estuvo siempre dentro de esa desenvoltura y nos la presenta de una manera increíblemente íntima.

Este balance entre ficción y realidad creo que es una de las armas más poderosas del cine. Es algo que, si se maneja con sensibilidad, puede tener resultados increíblemente viscerales. Desde pequeños momentos en los que improvisaciones terminan en el corte final, hasta ligeras direcciones dadas en situaciones reales; creo que son estos asteriscos los que terminan dándole esa sensación única a cada proyecto. Son herramientas a disposición del cineasta y es su decisión si las utiliza, o no, para contar su historia.

 

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