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portavoz - 11/01/2013
Por Eduardo Cadaval - 27/11/2013
En la actualidad hay muchas ciudades que dicen ser amigables con la bicicleta pero son muy pocas las que realmente han adquirido un verdadero compromiso con la movilidad no motorizada. Son muchos los alcaldes que gustan de tomarse fotos andando en bicicleta -imagen que en política municipal se ha convertido en un reclamo publicitario casi tan importante para cualquier candidato como tomarse una foto besando a un niño-, pero son muy pocos los políticos que entienden el verdadero potencial de una movilidad más sustentable y los requerimientos necesarios para hacerla posible.
Apostar por la bicicleta como medio de transporte urbano no significa que los alcaldes vayan a sus oficinas en bicicleta una vez al mes (siempre escoltados y protegidos de los problemas cotidianos sufridos por el resto de los ciclistas), como tampoco lo es el promover los ciclotones o domingos ciclistas (en los que en algún momento del fin semana se cierra una vía primaria durante algunas horas para poder dar un paseo ciclista); ni tan sólo lo es el dotar a ciertas zonas de la ciudad con sistemas de bicicletas públicas de alquiler tipo ecobici, bicing o velib -dependiendo de la ciudad de que hablemos. Todo lo anterior ayuda a promover el uso de la bicicleta, pero si realmente se quiere fomentar una forma de movilidad distinta, lo que se necesita es construir la infraestructura necesaria para que cualquier persona que quiera utilizar la bicicleta como medio de transporte primario pueda realizar sus desplazamientos de forma adecuada y segura.
Sin duda han habido grandes avances en los últimos años en muchas ciudades del mundo; pero en la mayoría de los casos el uso cotidiano de la bicicleta como medio de transporte está aún restringido a ciertos grupos poblacionales, o para ser más preciso, a personas con ciertas cualidades físicas: si uno es semi-joven, semi-atlético y está dispuesto a semi-jugarse el pellejo echando un poco de cuerpo, puede sobrevivir y llegar a su destino; pero esto no debería ser así. Una apropiada red de ciclovías urbanas permite a un mayor espectro de la población a utilizar la bicicleta de una forma eficiente y segura. Inclusive la gente mayor o los niños pueden llegar a utilizar el sistema con una cierta autonomía, lo cual tiene enormes beneficios sociales.
¿Por qué no pensar en un sistema en donde, por ejemplo, un padre pueda ir en su bicicleta y ser seguido por sus hijos en sus respectivas bicis para llevarlos a la escuela, como ocurre en Amsterdam o Copenhague? ¿Por qué parece una inocencia el soñar con que esto sea posible si es algo social y económicamente deseable, y que además ya sucede en otras partes del mundo?
Las ciudades en la actualidad son casi por definición áreas de velocidad controlada; en muchas zonas urbanas existe una rigurosa política vial que limita la velocidad de circulación a un máximo de 30 o 50 kilómetros por hora. Sin embargo las jerarquías viales siguen dando prioridad a aquellos vehículos que avanzan con mayor celeridad. ¿Por qué un ciclista ha de ceder el paso al coche que lo presiona por detrás cuando en la mayoría de los casos ambos transportan al mismo número de personas -es decir, una- y uno lo hace de una forma mucho más sostenible que el otro? ¿Por qué las ciudades no priman realmente aquellos transportes que son más ecológicos sobre aquellos que no lo son tanto? Si se deja de primar al que tiene que llegar rápido por primar al que lo hace de la forma más sostenible, tendremos una movilidad y unas dinámicas urbanas muy distintas de las actuales.
Las primeras bicicletas se inventaron a principios de siglo XIX, y paradójicamente, y para la desilusión de muchas proyecciones futuristas, hoy se presenta como uno de los medios de transporte urbano más idóneos para enfrentar el siglo XXI. La única regla para conseguirlo es que hay que construir el sistema que permita su desarrollo y evolución: ciclovías bien planeadas, que respondan estratégicamente a flujos de uso cotidiano y a los puntos de interés de la ciudad; bien delimitadas, iluminadas, con un adecuado tratamiento en su trazo y desniveles, e inclusive, con un adecuado equipo de gestión. En la actual coyuntura económica muchas ciudades justifican su inmovilismo por la falta de recursos. En el caso de las ciclovías el dinero no es lo importante: tan sólo se necesita un poco de imaginación, mucha inteligencia y algo más de pintura.