Obra en Obra: Laureana Toledo
Jimena Hogrebe - 08/07/2016
Por Adolfo Lara - 24/07/2014
La mejor crítica es la que no responde a la voluntad de ofensa, sino a la libertad de juicio.
Ejemplos sobran para asegurar que criticar es un ejercicio inherente a nuestra cultura, más allá de profesiones y aficiones, es parte de nuestra estructura genética. El error está en relacionar el verbo criticar con un sentido negativo cuando si en realidad escudriñamos el correcto significado del término, entenderíamos que en esencia corresponde a la emisión de un juicio neutral, sin favoritismo de posturas.
Desde siempre, mucha tinta se ha gastado para llevar a cabo un juicio crítico hacia el ejercicio profesional de los arquitectos, así como también en la influencia y consecuencia de cada una de sus propuestas en la cotidianidad de quienes hacen uso de dichos espacios. Bajo el cobijo de la inevitable subjetividad que envuelve a la profesión, siempre existirán o se fabricarán personajes que, movidos por intereses, convicciones y creencias -personales o de alguien más-, intenten emitir un juicio crítico sobre algún proyecto en específico, tratándose tristemente, en muchos casos, de una forma superficial enfocada más en si “se ve o no bonito”, en lugar de entrar en un debate a fondo sobre el resto de tópicos de interés común al gremio y fuera del mismo, desde cuestiones de diseño y materialidad hasta de ciudad, urbanismo y entorno, las cuales deberían conducirse con igual o mayor valoración que la estética.
Hemos sido educados bajo una cultura prioritariamente visual que determina que una imagen vale más que mil palabras. Si bien es cierto que la critica arquitectónica como tal no ha recibido la atención que el gremio quisiera -en relación a la gran cantidad de materia prima con la que se cuenta para trabajar-, criticar va dejando de ser un ejercicio terapéutico sin mayor valor, para transformarse a paso lento en una disciplina que, apoyada en plataformas especializadas, pone sobre la mesa argumentos sólidos y posturas claras que pudieran servir de referencia a la hora de emitir una opinión que nazca desde nuestra propia trinchera.
Lo que busca este torbellino de ideas y opiniones es ayudar en la formación de criterios para las nuevas generaciones, pero no con palabrerías sin eco o imágenes bonitas sin sentido, sino intentado profundizar en cada una de las situaciones que incumben al arquitecto o a quien aspira a ser uno. Para esto, los medios especializados (libros, revistas, internet) son piezas angulares debido a la influencia de sus contenidos y la fácil accesibilidad para los posibles receptores, convirtiéndose entonces en el epicentro desde donde surgen dichas reflexiones.
Habrá que dejar la zona de confort que significa ser un simple espectador y empezar a estructurar posturas propias; criticar no debe ser terreno exclusivo de conocedores o expertos, por el contrario, el desconocimiento de algún tema en particular debería ser el primer factor válido para arrancar cualquier tipo debate ya que, entre mayor cantidad y variedad de opiniones existan sobre la mesa alrededor de un tema en específico, invariablemente surgirán beneficios a granel. La tarea suena fácil pero está totalmente alejada de serlo porque el ego del arquitecto se eriza con el simple hecho de confrontar opiniones.
Me parece que, de una manera descarada y risible, algunos medios han abandonado su posición como instrumentos de enseñanzas y herramientas de apoyo, para convertirse en comparsas y porristas oficiales de un “selecto” grupo de allegados, perdiendo todo tipo de objetividad al resaltar las propuestas más ordinarias y defender con uñas y dientes lo indefendible. Es justo ahí donde la objetividad tiene esos lapsos de amnesia que provocan resultados confusos para quienes están en esa búsqueda de una identidad profesional propia.
Ya sea impreso como revista, libro o periódico, o digital en el formato de preferencia, creo que será primordial anteceder la ética profesional y la opinión personal responsable, a cualquier otro tipo de interés, para externar un juicio u opinión que refleje una forma de pensamiento en un solo sentido. Como usuario, no queda más que exigir a todos esos medios cotidianamente recurridos, que su enfoque se encamine a más planos detallados que fotos de la fachada principal del edificio, a más imágenes de procesos de obra que selfies de los propios arquitectos, a más bocetos y maquetas que renders e imágenes tridimensionales, y en general, a mayor cantidad y calidad de críticas y cuestionamientos, que porras y falsas poses, sólo así valdrá la pena cualquier esfuerzo.