Contra la Glorificación de la Arquitectura de Caridad

Por - 21/05/2015

Hace algunos meses, el suplemento Babelia del periódico El País, publicó en portada un retrato de la arquitecta hindú Anupama Kundoo. En el artículo interior se hablaba también sobre su trabajo, sin embargo lo que se destacaba en portada no era uno de sus proyectos o las repercusiones sociales de éstos, sino la imagen del personaje. Con un “star-system” en horas bajas por las repercusiones de la crisis económica del 2008, el sistema se replica pero con nuevos personajes: héroes desinteresados que van a salvar el mundo.

Kundoo. -a quien incomoda la etiqueta de “arquitecta socialmente responsable” ha explicado que ella es sólo “una arquitecta”, que por su condición y origen trabaja en ciertos lugares pero que su trabajo es como el de cualquier otro profesional. El problema está en que el negocio de la difusión -y educación también- necesita promover y consumir personajes para que siga girando la rueda, y por lo tanto parece pertinente alertar sobre lo peligroso de la distorsión del mensaje, especialmente en los estudiantes y arquitectos jóvenes.

La arquitectura forma parte de una industria enorme, la de la construcción, que genera millones y millones de puestos de trabajo en todo el mundo y que representa un porcentaje altísimo del producto interno bruto de cada país. Una industria que paga impuestos con los que se pagan desde parques hasta servicios sociales y de la que los arquitectos formamos tan solo una pequeña parte aunque nos guste pensar lo contrario.

El problema de la etiqueta editorializada de “arquitecto socialmente responsable”, (con algo se tenía que remplazar la agotada sustentabilidad) es que no es sólo simplista sino también irresponsable. Genera expectativas sobre salidas laborales que en muchos casos no existen y que se convertirán en frustraciones para los jóvenes estudiantes a los que les hicieron creer que así podrían salvar el mundo. En un acto enorme de soberbia, el arquitecto se revela a ser una pequeña pieza más del puzzle; no se puede ser como un jardinero o un contador, tampoco como un profesor universitario o el conductor del autobús que todas las madrugadas permite que mucha gente llegue a su casa o lugar de trabajo. Está bien ser parte del engranaje que hace funcionar la sociedad, pero hay que ser más: héroe, como los futbolistas.

Tras la crisis económica europea muchos jóvenes arquitectos encontraron salidas profesionales ayudando a personas necesitadas en muchos partes del mundo. Pero también es verdad que en otras muchas ocasiones, y con actitudes tremendamente paternalistas, Latinoamérica y África se inundaron de jóvenes arquitectos expulsados del mercado laboral y dispuestos a echar un cable siempre y cuando fuese a su manera: “pobrecito subdesarrollado, te voy a enseñar cómo hacer una letrina, -que ya sabes cómo hacer-, pero ésta se verá “cool”, le tomaré unas fotos y viviré del cuento dando talleres y conferencias por un rato”.

Muchos de los falsos salvadores ya volvieron o encontraron una oportunidad para protegerse de la tormenta en la academia en alguna parte del mundo, pero las repercusiones y la moda pseudo-salvadora sigue en el aire. Los medios huérfanos de referencias encontraron en las hazañas de los misioneros, material para exculparse del monstruo que habían ayudado a crear. Quisiera aclarar que no se cuestiona aquí a quien verdaderamente trabaja por alguna causa en específico, pero sí a la glorificación del personaje salvador; se destacan figuras, no esfuerzos y ahí está parte del problema.

No somos héroes o quizá lo somos a través de la pequeña contribución de nuestro trabajo a un sistema complejo. Repito: la arquitectura forma parte de una industria que genera millones de trabajos, con cuyos beneficios se pagan en parte las bibliotecas, o las asistentes sociales que trabajan en los barrios más desfavorecidos. En ese sentido, es tan necesario el arquitecto que trabaja haciendo un aula en las favelas de Río de Janeiro o Caracas, como el arquitecto que trabaja en una constructora haciendo edificios o puentes que generan oportunidades laborales para que el padre del niño de la favela pueda también trabajar y tener sus propias oportunidades.

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