Expandir los límites de la profesión
Eduardo Cadaval - 20/03/2013
Por Adolfo Lara - 06/11/2013
En la mayoría de las relaciones de carácter comercial, el cliente siempre tiene la razón. Esta afirmación aplicada a la relación arquitecto – cliente, para unos puede parecer evidente y para otros no tanto.
Adolf Loos contaba una historia sobre un pobre hombre rico que era víctima del despotismo de su arquitecto. En uno de los pasajes decía:
“«Pero, ¿qué zapatillas lleva usted?», preguntó el arquitecto.
El dueño de la casa miró sus zapatillas bordadas. Luego respiró aliviado. Esta vez no tenía culpa en absoluto. Las zapatillas habían sido realizadas según el proyecto original del arquitecto. Por ello, contestó con aire de superioridad:
“¡Pero, señor arquitecto! ¿Ha olvidado que usted diseñó estas zapatillas?”
«Cierto», bramó el arquitecto, «¡pero para el dormitorio! En esta habitación destroza usted con estas dos manchas de color toda la armonía que en ella existe. ¿No se da cuenta?”…
Esta disparidad que se produce en algunas relaciones entre arquitecto y cliente, no es la adecuada conexión que se debería producir entre ambos. La confianza y el respeto serán los antídotos perfectos para evitar esa anomalía y marcar dónde y cuándo acaba la labor del arquitecto. Dicho límite no está tan claro como pudiera parecer, sino más bien es todo lo contrario, vago e impreciso, y dependerá en gran medida de la buena voluntad de ambas partes, dependiendo de esta interacción, la obra se desarrollará siguiendo un camino u otro.
La culpa de este tipo de situaciones, en realidad no es ni de un bando ni de otro. De hecho lo ideal sería no valorar la obra desde esa perspectiva, sino desde el ángulo de que todos forman parte del mismo equipo, con un único objetivo, y que no es otro que hacer el mejor proyecto posible. A ello habrá que añadir que en muchos casos estas “sorderas arquitectónicas” provocan indefiniciones en el proyecto, pues no se destinó el tiempo y voluntad necesaria para su correcta definición.
La ética siempre debe estar por encima de cualquier situación contractual, el respeto de las normas y reglamentos se garantiza con el empleo de la honestidad y el respeto mutuo. Así como un cliente tiene la libertad para contratar a un arquitecto, el que mejor convenga a sus intereses, del mismo modo y con igualdad de libertad, el arquitecto debería poder decidir qué tipo de proyectos representan un reto profesional y en caso contrario, rechazarlos, aunque a veces esto parezca difícil de concebir.
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