“Antes de conocer siquiera la palabra arquitectura, todos nosotros ya la hemos vivido. Las raíces de nuestra comprensión de la arquitectura residen en nuestras primeras experiencias arquitectónicas: nuestra habitación, nuestra casa, nuestra calle, nuestra aldea, nuestra ciudad y nuestro paisaje, son cosas que hemos experimentado antes y que después vamos comparando con los paisajes, las ciudades y las casas que se fueron añadiendo a nuestra experiencia.”
Peter Zumthor
Puede no ser una afirmación del todo certera, pero me parece que en muchas ocasiones, la memoria tiene conexión directa con la nostalgia, con lo antiguo, con el recuerdo de situaciones que por alguna u otra razón añorarías repetir. Conforme pasa el tiempo y vuelcas la memoria al pasado, el recuerdo de gente y lugares, provoca que te invada la melancolía e intentes regresar el tiempo, deseando mantenerte por unos segundos ahí, viviendo de nueva cuenta en el pasado.
Pero la memoria es tan compleja y poderosa a la vez, que no solamente encuentra refugio en recuerdos inmateriales, intangibles, sino que lo hace también en aquellos que podemos escudriñar en los álbumes fotográficos viejos o al escuchar los relatos de los abuelos. La arquitectura cumple entonces uno de sus principios básicos, el de convertirse en un libro que muestre las diferentes etapas del desarrollo de la humanidad, pero no solo eso, también invita a reflexionar sobre si lo que se está produciendo actualmente es el camino adecuado para un próspero futuro arquitectónico o si únicamente lo que hemos logrado hacer es desaprovechar el sendero que nuestros predecesores habían trazado.
Infinidad de veces hemos escuchado aquel dicho que sentencia que “antes las cosas se hacían mejor”, y evidentemente, aunque no de manera exclusiva, es también aplicable a nuestra profesión. Más allá de que actualmente contemos con una generación de arquitectos que están haciendo las cosas realmente bien, desarrollando propuestas sumamente interesantes e intentando aprovechar al máximo los recursos tecnológicos que se tienen hoy en día, a fuerza de ser sinceros, no se deja de añorar con sorpresa cómo es que antes, sin tanta parafernalia y con menos recursos tecnológicos, los arquitectos eran capaces de dar soluciones a diferentes tipos de problemas espaciales, con una claridad absoluta y con resultados que se quedaron clavados en la memoria, tanto así, que han obligando a los jóvenes de hoy en día a recurrir una y otra vez a esos “viejos” proyectos intentando encontrar la inspiración necesaria para las “nuevas” propuestas.
Quizás la modernidad haya arrastrado consigo infinidad de beneficios y formas de reducir tiempos y costos a la hora de erigir un edificio, pero con ello acarreó también vicios y complejos, los cuales, por el contrario, estoy seguro que en poco han favorecido en la obtención de mejores proyectos. Y es que ningún render o imagen 3d, por mejor lograda que pudiera estar, será mejor que una perspectiva de Augusto H. Álvarez o que uno de los fotomontajes de Le Corbusier, y tampoco estoy seguro de que uno de esos espectaculares recorridos virtuales que tanto vemos en concursos y se presumen en congresos sean más explícitos que una maqueta de cartón.
Tener memoria en la arquitectura no es construir con tabiques de barro como se hacía antes, solo como respuesta mecánica a una posible solución, es entender el por qué y el cómo se utilizaba ese material como base para construir; es tener la responsabilidad a la hora de desarrollar un proyecto, cualquiera que fuese, de entender que más allá de que una casa deba, por estética y ética, parecer una casa, convendrá aprovechar cada una de las oportunidades que se tengan para intentar proporcionar a los usuarios una experiencia lo más memorable posible, tan memorable quizás, como una comida de la abuela o escuchar un vinilo de los Beatles.